L’incoronazione di Poppea – Elenco: Cecilia Pastawski, Santiago Bürgi, Luisa Francesconi, Martín Oro, Iván García, Victoria Gaeta, Gloria Rojas, Josué Miranda, Agustín Gómez, Mariano Fernández Bustinza, Adriano D’Alchimio, Rocío Arbizu, Juan Pablo Labourdette, Silvina Méndez, María Fernanda Mascaró, Inés Zunino, María Eugenia Stanovnik, José Flores, Manuel Firmani, Facundo Bustamante – Escenografía: Daniel Feijóo – Vestuario: Luciana Gutman – Iluminación: Horacio Efron – Coreografía: Ignacio González Cano – Música: Claudio Monteverdi – Libro: Gian Francesco Busenello – Orquesta: Compañía de las Luces – Dirección Musical: Marcelo Birman – Puesta en escena y Dirección General: Marcelo Lombardero
Las músicas firmadas por Claudio Monteverdi, de cuyo nacimiento en Cremona se cumplen 450 años, son de una naturaleza sencillamente exquisita. Y muchas veces, como en el caso que nos ocupa, también presentan un curioso contraste. El libreto de L’incoronazione di Poppea, escrito por Giovanni Francesco Busenello a partir de crónicas de los historiadores romanos Tácito, Suetonio y Dión Casio, tiene momentos de una sordidez que no se compadece con ninguna belleza posible. Y sin embargo en la música nada aparece que pueda ser relacionado con la fealdad del alma humana.
L’incoronazione di Poppea, estrenada en 1642 en el Teatro San Juan y San Pablo de Venecia, se centra en la relación adúltera entre el emperador Nerón y la bella Popea, con la reina Octavia como la tercera en discordia. Se trata de la primera ópera que se conozca realizada sobre temas históricos y no sobre míticos, incluso cuando en su inicio el Prólogo presente un enfrentamiento entre la Fortuna y la Virtud, que terminará siendo definida a favor de un tercer contendiente: el Amor. Precisamente, la intercesión de este último determinará un final atípico, contrario a la moralidad tradicional, donde la pareja adúltera celebrará las mieles del poder y las pasiones carnales, impuestas a fuerza de haber sido vencida la reflexión y la sabiduría encarnadas en Séneca.
El natural contraste de L’incoronazione di Poppea fue profundizado a partir de la magnífica concepción escénica de Marcelo Lombardero, apoyado por un excelente trabajo de escenografía (Daniel Feijó), vestuario (Luciana Gutman) e iluminación (Horacio Efron). La puesta trabajó sobre el erotismo y el desenfreno, jugando con la atemporalidad propia de las pasiones humanas, el amor, el deseo y las bajezas que derivan de las ansias de poder, apoyado todo esto en un muy buen trabajo coreográfico de Ignacio González Cano y en la producción musical de Marcelo Birman al frente de la Compañía de las Luces y artistas invitados. La filigranada delicadeza sonora de tiorbas, arpas, claves, laúdes y otros instrumentos antiguos también se contrapuso a la puesta, claramente moderna e innovadora.
El resultado fue un todo de indiscutible y enorme atractivo, que quedará en la memoria del público asistente. Hubo además varias notas que contribuyeron a esto: como cierre del intervalo, por ejemplo, los músicos discretamente comenzaron a tocar en el foso mientras la gente todavía se acomodaba en sus butacas. A medida que más músicos se iban sumando a la ejecución y Amor jugaba a dirigir, quedaba claro que eso ya era parte del espectáculo. Varias parejas bailaban en los pasillos, mientras llamaban a los actores para que subieran a escena, pues el segundo acto estaba por comenzar. Un alarde de simpatía y de creatividad.
En cuanto al trabajo de los cantantes, bailarines y actores, hay que decir que ni uno solo desentonó en el conjunto, incluso cuando algunos se destacaron de un modo particular, como el magnífico Séneca de Iván García, un bajo de notables medios. También nos gustaron Luisa Francesconi y Victoria Gaeta, como Octavia y Drusilla respectivamente. Pero todos sumaron sus trabajos en un excelente pie de igualdad, lo cual habla de una muy buena selección de artistas, tanto a nivel vocal como actoral, algo que no siempre se da en el terreno de las óperas realizadas por compañías independientes. Y en este punto destacamos la unión de dos instituciones musicales privadas: Nuova Harmonia y Buenos Aires Lírica aunaron sus esfuerzos en el inicio de sus respectivas temporadas, demostrando que la suma de voluntades puede lograr grandes resultados.
Hablamos en el inicio de «las músicas firmadas por Monteverdi». Esto es así pues, a partir de una costumbre de la época que también existía en la escultura y otras artes, el resultado de una producción no siempre era tarea de una sola persona, sino que los alumnos más destacados de cada maestro colaboraban en cada producción como un colectivo, y consideraban un mérito que sus aportes llevaran la firma de, en este caso, Claudio Monteverdi.
Las notas del programa nos recuerdan que el bellísimo cierre Pur ti miro, pur ti godo -dúo entre Popea y Nerón- no fue escrito en rigor por Monteverdi, sino que fue un añadido tomado de la pluma de Benedetto Ferrari. Con esa bellísima melodía, y con el triunfo de un amor de dudosa moralidad sobre la sabiduría de Séneca y la constancia de la sufrida Octavia, tuvimos la satisfacción de haber asistido a un espectáculo de lujo, de enorme calidad. Germán A. Serain
Fue el 20 de abril de 2017
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