El marco postindustrial ofrecido por el impactante edificio que ocupa La Usina del Arte, enclavado en el corazón del barrio de La Boca, fue ideal para complementar el sentido del espectáculo, provocativo e interesante, preparado por Marcelo Lombardero. Recital lírico, al mismo tiempo que teatro musical, es mucho lo que se cuenta en esta obra, incluso en ausencia de un desarrollo narrativo lineal (se trata de una selección de canciones tomadas de las óperas Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny, Happy End y La ópera de tres centavos). Se cuenta una historia de decadencias, de desilusiones, de desesperanzas, que tienen que ver con los personajes, pero fundamentalmente con una cultura. Si la dupla genial que integraron Kurt Weill y Bertolt Brecht, en lugar de haber vivido en la Alemania de los años 30 hubiese formado parte de la realidad británica de la década de 1970, estos dos artistas muy probablemente hubiesen simpatizado con el movimiento punk, adoptando influencias de grupos como The Clash o los Sex Pistols, esos que cantaban cosas como Somos flores en los tachos de basura, o Cuando no hay futuro no puede haber pecado.
En efecto, el desencanto es aquí el principal protagonista, así hablemos de lo social, las perspectivas de un trabajo digno, las desavenencias amorosas o incluso la fe religiosa. Sin embargo, en las canciones de Weill-Brecht hay además otra cosa: en general el contexto es crudo y descarnado, pero se vislumbra también cierto romanticismo que insiste en brillar como desde el fondo de un profundo pozo. Podríamos decir que en estas canciones hay reminiscencias de los Lieder de Franz Schubert, tanto como un anticipo de lo que décadas más tarde encarnaría la poesía de Charles Bukowski. Si tal combinación fuese posible, estas canciones se ubicarían bastante cerca. Los protagonistas de Mahagonny están perdidos, pero eso no los priva de sufrir. En estas canciones la contradicción surge como algo natural, y así es como la ilusión y la desesperanza, la ternura y la crueldad, se dan la mano. No es casual que estas canciones hayan surgido en el período de entreguerras, como epílogo de una gran carnicería, pero también como preludio a otra que aún estaba por llegar.
María Victoria Gaeta, Cecilia Pastawski, Pablo Pollitzer, Juan Francisco Ramírez, Mariano Fernandez Bustinza y Juan Pablo Labourdette fueron los responsables de poner la voz y el cuerpo, todos ellos con gran talento y notable presencia, tanto vocal como escénica. La orquesta fue dirigida con precisión por Annunziata Tomaro, detrás de unas bambalinas ilustradas acorde a la temática de las canciones. El desarrollo escénico fue simple y despojado, pero muy efectivo. En palabras de Lombardero, Mahagonny es una obra de gran vigencia, con su brutal mirada crítica al capitalismo y la consecuente deshumanización, que lleva a la soledad y el anonimato propios de un individualismo amoral.
Los personajes de esta obra quisieran ser felices, pero esa felicidad pequeño burguesa no tiene manera de ser, pues las personas se han convertido, en el mejor de los casos, en mercancías. La vida, aburrida, violenta, degenerada, se limita a la bebida, el juego, la fornicación y la conciencia de que todo está perdido. La amenaza misma del infierno ya no puede impresionar a nadie, pues la sociedad burguesa se ha convertido de hecho en un infierno, en el cual no hay nada a que aferrarse. O casi nada: porque a pesar de todo subsisten aquí la poesía y la música. Germán A. Serain
Se dió hasta fin de septiembre 2014
Usina del Arte
Agustín R. Caffarena 1 – Cap.
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