Tres viejas plumas – Actúan: Claudia Lapacó, Marcos Montes, Adrián Navarro y Julio López – Texto: Claudia Piñeiro – Dirección: Marcelo Moncarz
Algún lugar alejado de Buenos Aires, en estos días. Familia tipo. La madre -adorable y adorada por su familia- ha muerto, pero estará presente. El padre –conservador, resentido y quejoso- trabaja arduamente, casi como vía de escape, menospreciando a todo aquel que no coincide con su ideal de vida. Un hijo -con cierto atraso mental- vive sin sobresaltos, cocina, mantiene una sonrisa constante, desea que todos sean felices, como él. El otro hijo –que supo abrirse camino dejando su pueblo- vuelve después de ocho años por una situación fortuita. Encuentra que nada ha cambiado desde que partió, en aras de una evolución que allí no tendría. Y nada cambiará.
El director Marcelo Moncarz ha marcado hábilmente al cuarteto de actores en Tres viejas plumas, rico y sensible texto de Claudia Piñeiro, otorgándole un clima de tensión creciente mientras se descubren las vetas del amor fraternal y filial, con su dispar y variable alcance. Corporizando a la madre, Claudia Lapacó se luce en un papel hecho a su medida, donde aprovecha para desgranar clásicas melodías infantiles que canta exquisita y encantadoramente, con el afán de llevar –aun desde el más allá- la necesaria calma a su familia en la escena. Adrián Navarro, en el papel del hijo que regresa, compone su personaje con cierta inseguridad en el comienzo, para ir creciendo durante el desarrollo de la trama, logrando la contundencia requerida por el drama.
El trabajo realizado por Marcos Montes, personificando al hijo que tuvo falta de oxígeno durante el nacimiento, es impecable. Desde sus últimas actuaciones –en Un poco toco o dando vida al robot de La felicidad, de Daulte- este actor denota un crecimiento relevante y una ductilidad admirable. Montes lleva su actuación a un nivel tan preciso, tan minucioso, tan cuidado, tan rigurosamente trabajado, que impacta notablemente. Sus gestos, su cuerpo y su mirada son altamente convincentes. La ternura que transmite, con efusividad y gracia expresiva, en un punto exacto de equilibrio entre el humor y el amor, es de alto impacto emocional y llega al alma del espectador.
Una pluma –de aquellas que menciona el título- se entrega junto al programa de mano. Es importante conservarla para recordar esta leyenda teatral que habla, esencialmente, de sentimientos. Martin Wullich
Se dio hasta abril 2009
Teatro Maipo
Esmeralda 443 – Cap.
4322-4882 4394-0666
maipo.com.ar
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