La imprenta – Actúan: Néstor Caniglia, Marcos Montes, Carlos Portaluppi – Iluminación: Adriana Antonutti, Juan Manuel Noir – Vestuario: Pheonía Veloz – Escenografía: Magali Acha – Dramaturgia: Gabriel Graves – Dirección: Guillermo Ghio
El teatro costumbrista gauchesco, tan vinculado por naturaleza a nuestra cultura nacional, suele acarrear un riesgo: el de convertir la representación en una caricatura. Por alguna razón sobre la que preferimos no indagar, muchos dramaturgos y actores caen en la tentación de reproducir y exagerar un arquetipo, que en ocasiones linda con el ridículo. Es entonces cuando una puesta teatral como La imprenta se convierte en un magnífico soplo de aire fresco.
La Patria Ilustrada comprendió tempranamente el poder de la palabra -por aquel entonces palabra escrita- para trabajar sobre el convencimiento de las gentes. Fue por eso que Sarmiento se empecinó en hacer llevar una pesada imprenta al Ejército Grande de Urquiza, con el objetivo de imprimir boletines de campaña, a manera de propaganda. En este hecho se centra esta historia escrita por Gabriel Graves, interpretada con verdadera excelencia actoral por los notables Carlos Portaluppi y Marcos Montes.
Ellos encarnan a dos pobres gauchos, retaguardia absoluta de las fuerzas patrióticas, que han recibido la orden de ir tirando de este emblemático ingenio, que de tan pesado parece más bien inamovible. Esta inmovilidad es de hecho un elemento clave, pues de algún modo revela que hay quienes han sido condenados a no llegar a ninguna parte. Como si fuesen dos degradados Atlas, a quienes ni siquiera les ha sido concedida la dicha de ser reconocidos como titanes, ambos hombres comparten miseria e ignorancia. Sin embargo, mientras uno de ellos se empeña en ver en la ilustración una promesa maravillosa, el otro ni siquiera concibe la posibilidad de ser arrancado de la vida desgraciada que le ha tocado en suerte, por lo que busca la manera de acomodarse a ella lo mejor que puede.
El tercer personaje, interpretado por Néstor Caniglia, metafórica sombra ubicada más allá del alcance de estos hombres, es la representación de la pretendida civilización, poderosa e hipócrita, que no titubea a la hora de dejar de lado todas las buenas intenciones para conseguir sus más egoístas finalidades. Es aquel que conoce muy bien aquello que muchos años después, en otras latitudes, expresará George Orwell en alguna de sus ficciones, al señalar que por más que el ideal de la ilustración desde sus vanos discursos sea asegurar que todos los hombres son iguales, la realidad es que siempre habrá unos pocos que serán más iguales que los demás.
Es en este preciso punto donde toda la épica gauchesca de la obra se revela de repente como brutalmente actual. Sería posible cambiar la época, los vestuarios y los contextos, solo para verificar que en definitiva muy poco ha cambiado. O quedémonos con la representación histórica, si así lo prefiere el lector, que allí se encuentran de todos modos los cimientos de la construcción social de nuestro país. Lo demás no es sino una herencia que venimos arrastrando desde entonces, como si fuese un carromato demasiado pesado, casi se diría inamovible.
Con dirección de Guillermo Ghio, esta magnífica obra fue seleccionada en el concurso Nuestro Teatro, organizado por el Teatro Nacional Cervantes, y se filmó sin público en la sala María Guerrero, para ser ofrecida en el ciclo Cervantes On Line. En este sentido vale la pena destacar que además de las actuaciones, la escenografía, las luces y el vestuario, todo ello impecable, se llevó adelante un muy buen trabajo de cámaras, aunando a lo teatral un adecuado lenguaje audiovisual, algo que ciertamente se agradece. Germán A. Serain
Contenidos del Teatro Nacional Cervantes / Cervantes On Line
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