EL RITMO (PRUEBA 5), semiosis kafkiana

Una experiencia escénica diferente, elemental y crítica

Actúan: Guillermo Angelelli, Maitina De Marco, Juliana Muras, Ariel Perez De María, Matthieu Perpoint, Paula Pichersky, María Zubiri – Vestuario: Lara Sol Gaudini – Escenografía: Cecilia Zuvialde – Iluminación: Matías Sendón – Autor, compositor y director: Matías Feldman

Elementos. Significantes sueltos, repetitivos, obsesivos. La obra no es en sí una obra, sino más bien un experimento escénico. Un ejercicio de semiótica teatral. Una colección de constituyentes sintácticos, verbales y no verbales, que conforman un mosaico, una pintura cinética y dinámica. La nada misma, repleta sin embargo de cosas. Hasta que en medio del aparente vacío, la nada parece comenzar a llenarse de algunos imprecisos sentidos. Alguien en el público se ríe. Nos dan ganas de preguntarle por qué, de qué diablos se ríe, pues lo que vemos sobre el escenario está lejos del paso de comedia. Es más bien algo violento, inconexo y dramático. Patético, aunque al mismo tiempo atractivo. Entonces, en cierto momento nos reímos. Y nos preguntamos por qué.

En el inicio hay un cuerpo en el espacio: un joven, primero estático, luego visiblemente nervioso, que nada más está allí, como a la espera de que algo suceda. Luego una mujer, pasiva hasta la exasperación. Finalmente toda esta quietud derivará en un tempestuoso frenesí, colmado de significantes vacíos, repetitivos, abarrotados, que sin embargo irán sembrando algo parecido a un motivo. Tal vez haya historias detrás de cada personaje, pero aquí las historias no son relevantes. Lo que importa y lo que habla es el ritmo escénico, obsesivo, compulsivo, absurdo, muchas veces musical. Son los elementos discursivos los que mandan. Las formas, antes que el discurso.

Siete son los personajes, todos empleados de una kafkiana empresa que, coherentemente con la obra, nadie sabe exactamente a qué se dedica. Todos saben qué hacer, pero al mismo tiempo no comprenden para qué lo hacen. No hay nadie visible a quién rendirle cuentas, ni tampoco a quién reclamarle. La orfandad es total, y no hay ningún objetivo claro. Y sin embargo, aunque la obra parezca navegar en el sinsentido, al mismo tiempo opera como una valiente denuncia que nos enfrenta a la razón -o a la sinrazón- de nuestro propio devenir. Los procesos del capitalismo, la religión, la sexualidad, la despersonalización, todo eso se mezcla con la investigación específica sobre los elementos discursivos teatrales, que es el propósito explícito de este proyecto de la Compañía Buenos Aires Escénica, dirigida por Matías Feldman.

Finalmente hay un componente potente y decisivo en este trabajo de indagación, que no sucede en rigor sobre el escenario, sino que se da en el momento en el cual, de manera repentina e inesperada, el público se termina identificando con algo de lo que acontece en la escena, sin que sepa bien por qué, y tal vez sin que desee saberlo. Después de todo, argumentalmente la obra linda con el absurdo. Y angustia un poco darnos cuenta de que ese absurdo que presenciamos sobre el escenario no es sino una mirada amplificada de lo que somos.

Hay un falso final, tras el cual el público aplaude. Tal vez el trabajo tendría mayor impacto si de verdad la escena siguiente, con un potente monólogo a cargo de Juliana Muras, fuese un epílogo y todo terminara allí. Aunque también sería una pena, pues lo que sigue también es potente y fértil, pues aporta lo suyo a la comprensión de que todo lo visto no tiene ningún sentido, excepto ser una representación del sentido mismo de nuestra cotidianeidad. Germán A. Serain

Jueves a sábados a las 21
Domingos a las 20
Teatro Sarmiento
Av. Sarmiento 2715 – Cap.
(011) 4808-9479
complejoteatral.gob.ar

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