A Johannes Gutenberg la posteridad le debe la impresión de libros de manera masiva, ya que el proceso de elaboración de un libro había sido una tarea tediosa a cargo de monjes. La invención de Gutenberg hizo posible que más libros y periódicos se distribuyeran por el continente con inusitada rapidez. Imposible, además, soslayar el papel que su invención desempeñó en la Reforma protestante: las Noventa y cinco tesis de Martín Lutero se desparramaron merced a los beneficios de la letra impresa. Biblia tuvo su primera versión de imprenta, a mitad del siglo XV. Pero aún faltaba para la versión conocida como La Biblia maldita.
La labor editorial tiene sus bemoles. Existe el riesgo de persecución u hostigamiento solo por ser parte del engranaje de la difusión de la cultura, de una ideología, de una cosmovisión religiosa, si estas cuestiones atentan contra los intereses del poder de turno. A lo largo de la historia ardieron miles de libros considerados “peligrosos”; libros seculares reducidos a cenizas. Las Biblias también sirvieron de combustible para quemar en la hoguera al reformador Jan Hus. Y además han ardido Biblias por pequeños deslices… aunque no tan pequeños.
Tras el impulso dado por la traducción de las Sagradas Escrituras a las lenguas vernáculas, en 1611 se publicó por vez primera en Inglaterra, en inglés, la King James Version (KJV), o “Biblia del Rey Jacobo”. La influencia de esta versión en la literatura inglesa fue muy importante; pensemos, por ejemplo, en el Progreso del Peregrino, de John Bunyan, o en Paradise Lost, de John Milton. Veinte años más tarde, se publicó otra edición de la KJV, labor llevada a cabo por dos impresores oficiales, Robert Barker y Martin Lucas. Se imprimieron cerca de un millar de ejemplares, pero hubo un pequeño (gran) error que produjo un menudo revuelo, amén de consecuencias nefastas para los impresores. A esa versión se la conoció como La Biblia maldita.
En efecto: en el libro del Éxodo, capítulo 20, el séptimo de los Diez Mandamientos dice: “Thou shalt not commit adultery” (“No cometerás adulterio”). El problema es que en la edición de Barker y Lucas, a ese mandamiento le faltó nada más ni nada menos que la palabra “not”. Es decir, vía libre para hacer justamente lo contrario que Dios mandó a su pueblo desde Sinaí. Lo curioso es que este error fue detectado alrededor de un año más tarde.
Y sobrevinieron el escándalo, la indignación de George Abbot —a la sazón, arzobispo de Canterbury— y la ira del rey Carlos I. Barker y Lucas no perdieron la cabeza como la perdió el ofuscado monarca años más tarde en el cadalso, como consecuencia de la Revolución Inglesa. Pero sí perdieron otras cosas: por lo pronto, su licencia como impresores reales. Se les aplicaron multas altísimas, y Barker perdió también su libertad, pues pasó prácticamente el resto de su vida tras las rejas por deudas contraídas. El fuego del escándalo arrasó también con las copias de la pecaminosa escritura. Aunque no con todas. Se cree que una decena se pudo salvar de las llamas. De hecho, en 2015 la empresa de subastas Bonhams, de Londres, vendió un ejemplar de La Biblia maldita por la friolera de 31,250 libras esterlinas.
La pregunta es: ¿cómo pudo haberse escapado un error tan grosero, justamente en los Diez Mandamientos? Hay quienes achacan el incidente a una cuestión de rivalidad entre impresores; quizás, un acto de sabotaje, posiblemente de Bonham Norton, el impresor rival de Barker y Lucas, acaso deseoso de dejar mal parados a aquellos. Por otra parte, la omisión del adverbio de negación en el séptimo mandamiento no es el único “error” garrafal de esta edición. En el capítulo 5 de Deuteronomio —justamente donde se repiten los Diez Mandamientos— el versículo 24 de la versión “maldita” contiene otro “error”, pues en vez de hablar de la “grandeza de Dios” (“the greatness of God”), habla de su “trasero” (“great-asse”).
Predicar y transmitir la Palabra de Dios es una gran responsabilidad. No en vano la advertencia de Jesús en Mateo 5:18 (“Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido) se replica, en cierto modo, en Apocalipsis 22:18, casi al cierre del canon bíblico. Pero para nuestro sosiego espiritual, errare humanum est, es de sabios reconocer el error y pedir perdón, y es divino perdonar, por más groseros que sean nuestros yerros. Viviana Aubele
N. del E.: La Biblia maldita es también conocida como La Biblia del adúltero o La Biblia del pecador. El apodo The Wicked Bible parece haber sido aplicado por primera vez en 1855 por el comerciante de libros raros Henry Stevens. Como relata en sus memorias sobre James Lenox, después de comprar por 50 guineas el que entonces era el único ejemplar conocido de la Biblia de 1631, “el 21 de junio, expuse el volumen en una reunión de la Sociedad de Anticuarios de Londres, apodándola “The Wicked Bible”, nombre que le ha quedado desde entonces”.
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