Lo que lleva a los dos personajes a convertirse en los grandes amigos del título -aunque siempre quede la sospecha de si es así- es la soledad. Paradojas de la vida, estos navegantes de muchas aguas, sin fronteras visibles, tienen sus límites dentro de una embarcación que no permite su necesaria privacidad y aislamiento. Están obligados a compartir cotidianamente todo. En esa contingencia no queda otro resquicio: se hacen amigos o se matan. O quiebran los límites. Y eso es lo que pasa. La mutua atracción de estos duros hombres de mar, con una importante dosis de testosterona acumulada a través de días y días de viaje, se refleja en una relación amor-odio-sexo-rechazo que pasa también por el quiero y no puedo, puedo y no quiero, siento y no debo…
El espectáculo tiene, esencialmente, danza. Pero también hay un relato que deja librada la historia a la imaginación del espectador. Allí se combinan la poesía con el teatro y la lírica, junto a una estética muy especial en todos los recursos, que ahonda la carga erótica. Es notable la escena en la que uno de ellos se pavonea, baila, se acerca, seduce, presume, se escapa, vuelve, ataca y embiste, reflexiona y atisba con curiosidad el cuerpo y la pasiva actitud del otro, quien se deja seducir sin ambages a través de una formidable danza de galanteo.
El trabajo de Alfonso Barón es maravilloso e impactante en la ejecución de cada movimiento coreográfico, ofreciendo impensados desplazamientos corporales que incluyen hasta el breakdance, acompañado por una gestualidad que expresa todo lo que le pasa. Maximiliano Michailovsky se luce cantando pasajes operísticos con su brillante voz de barítono, además de una cadenciosa plática en francés que transmite sentimiento aunque no se entienda lo que habla.
La escenografía de Ariel Vaccaro es simple pero contundente: una amarra y una gruesa maroma servirán al juego de la obra junto al barco que deja observar el camarote, apoyado por el preciso clima de iluminación que creó Marcelo Álvarez.
Mayra Bonard ha logrado una original creación, a partir de la adaptada poética de Clarice Lispector, con acertada elección musical, en donde se revela la sensualidad como un notable puente de comunicación entre dos seres humanos. Martin Wullich
Se dió hasta fin de noviembre 2008
Teatro Beckett
Guardia Vieja 3556 – Capital
4867-5185
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