La obra dura 45 minutos. El testamento del sastre es interpretada por una sola actriz –Mercedes Diemand Hartz– que se mete en la piel de cinco personajes. En realidad son seis, pero hay una psicoterapeuta que nunca hablará ni será necesario representarla. Su presencia estará marcada por una silla vacía y un haz de luz cenital.
Asistiremos al diálogo entre los personajes, aunque escucharemos una sola voz. Imaginaremos el texto de los otros. A su término, podremos vivir una curiosa experiencia, salir a tomar un café -invitación de la casa- y luego ver exactamente la misma obra, con la misma puesta en escena, pero a cargo de un actor, Claudio Martínez Bel.
La posibilidad de comparar dos actuaciones, dos maneras de decir, de expresar, no deja de ser atractiva. Con un texto algo difícil y enigmático, aunque sugerente, hay que estar muy atento a los distintos personajes, marcados a veces con leves variantes en la voz, cambios de iluminación y actitud del protagonista, junto a llamativos sones de instrumentos orientales interpretados en vivo, en una original puesta en escena de Rubén Segal.
La obra cuenta la historia de un sastre que recibe unos géneros infectados con una peste en el pueblo de Eyam, cerca de Londres, en 1665. Según Wikipedia -es bueno aclarar que la información en esta enciclopedia virtual no siempre es garantía de veracidad-, el sastre fue uno de los primeros en morir y la epidemia se volvió incontrolable. Parece que los sobrevivientes no llegaron a una cuarta parte de la población.
En el relato teatral se traza también un puente hacia el siglo XXI pues se habla de una ciudad controlada por un sistema virtual que monitorea la vida en la ciudad, algo que vivimos cotidianamente. También hay un cuestionamiento del orden establecido, intereses políticos y religiosos, alguno que otro chanchullo y, entre medio, una historia de amor. Es un clásico, contado con enigma subyacente y algo hermético.
Por si no hubiera quedado muy clara la historia, presenciar la versión masculina aclara dudas. Hay dos razones: ver y escuchar el mismo texto nos obliga a la famosa segunda lectura, compenetrándonos en detalles escapados durante la primera, en tanto que Martínez Bel parecería componer los personajes menos eléctricamente que su par femenina, llevándonos de la mano a conocer de un modo más intrínseco la misteriosa historia.
Así y todo, quedarán incógnitas. Será el espectador quien las disipe, o prefiera las sombras. Martin Wullich
Se dió hasta junio de 2009
La Carbonera
Balcarce 998 – Cap.
El teatro cerró a fin de 2014
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