DISCAPACIDAD, en el cómo radica la diferencia

Experiencias de un hombre en silla de ruedas por bibliotecas y aerolíneas de Praga y Viena

Para estar a tono con Praga, el acceso a la famosa biblioteca barroca del Klementinum no deja de tener cierta connotación kafkiana. Especialmente si quien la visita se desplaza en una silla de ruedas por una discapacidad física. Una pequeña rampa conduce a un descanso donde una escalera y un ascensor llevan a la biblioteca. Pero, se me informa que el ascensor es “sólo para libros” (sic) y entonces, tres ángeles guardianes deciden cargar conmigo los doce escalones que llevan a la biblioteca la que, dicho sea de paso, sólo puede verse de lejos. Pudieron haber avisado antes.

Pese a que en un restaurant de moda se nos “desatiende” casi echándonos (aducen que no tienen lugar para acomodar sillas de ruedas), los praguenses no dejan de ser lo suficientemente amables y el asunto se olvida rápido ante la magnificencia de la ciudad. Pero la cosa empeora en la imperial Viena -ciudad clásicamente asociada con la extrema amabilidad- donde en principio no hay lugar a quejas porque las condiciones básicas están dadas por ley (el museo de la Albertina es un ejemplo cabal)… si no fuera por la curiosa actitud de más de uno de sus habitantes. La ciudad exhibe su fachada mas bella: limpia, segura, impoluta y por supuesto, monumental. Es un imán por donde se la mire. Por si esto fuera poco, ha ganado el premio a una de las ciudades donde mejor se vive en Europa, si no la mejor. Cabría preguntarse si para la encuesta se tuvo en cuenta la opinión de aquellos “physically challenged”, aquellos con alguna discapacidad física, que se mueven en una silla de ruedas.

Aquí el turismo representa una esencial fuente de ingresos, por eso sorprende la falta de tacto y rudeza de algunos ciudadanos hacia quienes necesitan ciertas condiciones para sentirse «menos» diferentes. Si es un problema de índole meramente cultural, convengamos que tratar bien al turista es excelente negocio, no en vano se regresa a sitios visitados más por el recuerdo de la gente que del paisaje: la conexión humana siempre gana.

En menos de una semana en Viena, quien escribe sufrió una suma de pequeños percances que lo impulsan a testimoniarlo con el fin de alertar al viajero desprevenido con movilidad limitada o nula. Desde el literal desprecio evidenciado por mozos en restaurantes y la descortesía en elevadores, a la inaudita estrechez de pensamiento en alguna sala de concierto, hasta un insólito incidente a bordo en el vuelo de retorno debido a la negligencia del personal de Austrian Airlines que dio por resultado un esguince de mi tobillo izquierdo del que aún me estoy recuperando pasadas dos semanas, con las complicaciones del caso. Fue la gota que colmó el vaso de la paciencia y que me decidió a escribir sobre el asunto de cómo se trata a quienes padecen una discapacidad física. Hasta el momento, la aerolínea no acusó recibo ni se ha disculpado.

Cuando el “capacitado” hace sentir al “discapacitado” que estorba, que molesta, que no es bienvenido, incurre en simple y llana discriminación. Y en algún sentido, esa fue la triste sensación en la magnífica (y pese a todo por siempre favorita) Viena, opuesta a la vivida en capitales europeas tan diferentes como Londres, Madrid o Berlín, donde -al igual que en América- se advierte la abierta intención de incluirlo, de hacerle la vida un poco más fácil, en definitiva, empezando por la sonrisa cordial hasta el ofrecimiento de ayuda como actos tácitos de cortesía y civilidad.

Lo cierto es que demasiado a menudo, escudándose en la excusa del estricto (lo que no significa inflexible) respeto por las normas y reglamentos se incurre en injusticias flagrantes, olvidando que «la excepción a la regla» también forma parte de esas leyes y que a veces conviene aplicarla: negociando o simplemente improvisando. Todo vuelve a la premisa de que tratar bien a la gente no sólo corresponde sino que además es el mejor negocio.

Acostumbrados a las bondades del ADA (American Disability Act), quienes viajan por Estados Unidos dan por sentado facilidades disponibles para personas con dificultades para desplazarse. Afortunadamente son ley y deben respetarse. Sin embargo, lo que no es ley es la actitud general de sonreír o la simple intención de querer ayudar, y eso vale mucho más que una rampa. Es lo que más se agradece.

Una frase del poeta Hugo von Hofmannsthal en El caballero de la rosa, emblemática de una añorada Viena, viene a colación: “en el cómo radica la diferencia”. Es un pequeño pero importante detalle que no pocos de sus habitantes tendrán que aprender tarde o temprano en un mundo globalizado donde cada vez más también tienen el derecho a pasear felices, aun en silla de ruedas, como se debe. Sebastian Spreng

La discapacidad definida en Wikipedia

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