“Cosas veredes, amigo Sancho, que farán fablar las piedras”… La frase fue pronunciada por el Caballero de la Triste Figura. ¿En serio? Pues, en verdad, no. Es cierto que, en el imaginario popular, estas palabras se creen emanadas de labios de Don Quijote. Pero, en realidad, esta frase pertenece al Cantar de Mío Cid: “Cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras”. Por alguna razón, por error o confusión, alguien fusionó ambas expresiones hasta que en la mente popular se terminó fijando aquella cita apócrifa.
¿Cómo se gestan estos híbridos? Puede ser por razones diversas. En el caso del “Cosas veredes…”, parece que hubo algo así como un “teléfono descompuesto”. En realidad, algo de eso habría en estos engendros paremiológicos. Alguien escuchó que otro citaba ese fragmento del Mío Cid, y al reproducirlo, confundió los tantos. Es difícil saberlo con certeza.
Este tipo de mutantes del saber popular también produce desarreglos en cuanto a ubicación de una frase dentro de una obra literaria. Todos conocemos el famoso “Ser o no ser… esa es la cuestión”. Hamlet sí dijo esa frase… pero no con la calavera en la mano. La escena de la calavera corresponde a otra escena, a un momento posterior al “Ser o no ser…”, cuando Hamlet, de regreso en Dinamarca y escondido en un cementerio, ve al sepulturero desenterrando unos huesos. El sepulturero le cuenta que esa calavera pertenecía a quien en vida fuera Yorick, el bufón de la corte. Pero lo cierto es que en nuestras cabezas quedó plasmada como un todo la imagen de Hamlet con la calavera en la mano y diciendo esas palabras.
Otra conocida cita atribuida a otro célebre personaje de la literatura es el trillado “Elemental, mi querido Watson”. Algo que Arthur Conan Doyle jamás dejó asentado en ninguna de sus historias de Sherlock Holmes, al menos en una misma frase. Lo que sucede es que “Elemental” y “mi querido Watson” aparecen en la obra original, es verdad, pero con una diferencia de algunos renglones entre sí en la misma obra: La aventura del jorobado. Pero no juntas en una misma oración.
Vamos un poco más hacia nuestros lares y hacia nuestra historia. Un amigo de mi padre que, según supe años más tarde, sabía mucho de historia argentina, le contaba en tono de solfa que era inexacto que el sargento Cabral hubiese dicho “Muero contento, hemos batido al enemigo”: la fe de erratas que este amigo reclamaba exigía agregar un “por imbécil” después del “muero” (no era justamente “imbécil” el término, pero por pudor no se puede reproducir aquí). Más allá de la humorada de este amigo, lo que sucedió ese 3 de febrero de 1813 es historia conocida. Lo que no es tan difundido es que no fueron, parece, exactamente esas las palabras de Cabral (las que se conocen, no la adaptación libre del amigo familiar). Ni tampoco fue en el campo de batalla donde fueron dichas. Cabral murió horas más tarde, en el refectorio del Convento de San Lorenzo, un espacio devenido en hospital de batalla, y si bien San Martín se deshizo en elogios en una carta que envió al Ejecutivo en Buenos Aires y reprodujo las supuestas palabras del moribundo soldado, en realidad se trataría de una traducción suavizada del guaraní (que hablaba Cabral) al español culto (de San Martín; recordemos que el Libertador nació en Yapeyú, Corrientes), ya que Cabral habría dicho: “Muero contento porque c… a esos m…”.
Hasta aquí lo anecdótico, y acaso lo simpático del asunto. Pero cabría preguntarse cuán perjudicial puede llegar a ser fijarse (y dejar fijas) estas expresiones apócrifas en la mente colectiva de un pueblo. En especial, si se trata del bienestar espiritual de una feligresía determinada. ¿Qué puede pasar cuando alguien cuya misión es velar por las almas de sus fieles le asigna a su libro sagrado cosas que este no dice? Va un ejemplo. Una frase que muchos le atribuyen a la Biblia es: “Dios trabaja de formas misteriosas”. En realidad, no es un versículo de la Biblia, sino una paráfrasis de un himno de John Wesley.
Acaso lo más cercano a esto que pueda existir en la Biblia es un versículo del libro del profeta Isaías, que dice: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová” (Isaías 55:8). Y acá permítase una aclaración: las Sagradas Escrituras surgieron en un contexto histórico y cultural determinado, y hay que estudiarlas a partir de ese contexto; no es válido adaptarlas con métodos procusteanos a nuestro pensamiento occidental moderno. Así, hay material como para escribir volúmenes. Pero el punto es que, de algún modo, tanto el creyente raso como pastores o sacerdotes pueden caer en la trampa. Y ahí sí que “fablarán las piedras”. Viviana Aubele
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