EL MUNDO TAL COMO VA, todo igual

Voltaire y el arte de la sátira

François-Marie Arouet murió el 30 de mayo de 1778. No llegó a ver el estallido de la Revolución Francesa. La posibilidad era remota pues tenía 83 años al momento de su muerte. Pero, de haber vivido, es probable que hubiese sido muy crítico sobre los excesos y la intolerancia imperantes en aquellos tiempos. Conjeturas aparte, Voltaire -tal su nom de plume– es recordado por sus impecables y agudas sátiras; a él se le atribuyen citas genuinas, como la célebre «Si Dieu n’existait pas, il faudrait l’inventer» (Si Dios no existiera, habría que inventarlo). También se le atribuyen dichos apócrifos. Por ejemplo, “No apruebo lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo” es en realidad un dicho de S. G. Tallentyre, una escritora inglesa que publicó una biografía sobre Voltaire.

El mundo tal como va: Visión de Babuc escrita por él mismo fue publicado en 1750. Repasemos lo que sucedía en el mundo. Ese año nacía Antonio Salieri. Luis XV reinaba en Francia. Y dejaban este mundo Johann Sebastian Bach y Charles Theodore Pachelbel. A la sazón, unas 800 millones de almas poblaban el planeta. Las naciones europeas hacían tratados para definir fronteras en las posesiones americanas, en Gran Bretaña se sancionaba la “Iron Act” (“Ley del Hierro”) para restringir la industria del hierro en sus colonias del Nuevo Mundo. Hubo rebeliones de parte de esclavos del África (en Curaçao, por ejemplo). Estambul y Prusia sufrían incendios devastadores. Y se representaba Ricardo III en Nueva York. De todo, como en botica.

La misión de Babuc es ir a ver el estado de las cosas en la corrupta Persépolis. Algo así como la misión que Dios le encomendó a Jonás respecto de Nínive, con una diferencia: mientras Jonás debía pregonar a los ninivitas su condenación inminente si no se arrepentían de sus perversos caminos, Babuc solo se limitaría a realizar un relevo para informar a su jefe, el ángel Ituriel, del catastrófico estado moral de Persépolis. Así, Babuc se enteraría de que ningún miembro del ejército de los persas ni de sus enemigos los indios sabían por qué iban a la guerra, sino los sátrapas principales, cuyos móviles para las conflagraciones eran más que absurdos.

Babuc se quedaría perplejo ante la extraña costumbre de los de Persépolis de enterrar a los muertos en los mismos lugares donde rendían cultos divinos; sabría de los amores de la esposa de un oficial del ejército persa con otros galanes; de cómo el dinero puede ser una invalorable ayuda para conseguir puestos de mucho peso; de cómo el mismo comerciante que lo había timado vendiéndole una fruslería por el triple de su valor, le confesaba que en realidad le había cobrado mucho menos de lo que otros le hubieran esquilmado. Y entre episodio y episodio, Babuc alterna entre la más justificable indignación y la piedad más sublime, y concluye su misión con una extraña intercesión.

En realidad, Voltaire no estaba hablando de una gran ciudad persa, sino de París, de la Iglesia Católica y de la sociedad francesa de su tiempo. El reinado de Luis XV estaba salpicado de hechos de corrupción, y el tesoro nacional estaba desahuciado por diversos conflictos bélicos. Las relaciones de Voltaire con la espiritualidad católica imperante eran más bien borrascosas. Voltaire se sirvió de un paralelo con el libro del profeta Jonás para su crítica al sistema que le tocó vivir. Quizás fue el motivo para que en 1754, Luis XV le prohibiera la entrada a París, cuando Voltaire regresaba de una larga estadía en Prusia.

Con mucha simpleza pero no menos incisivo, Voltaire pinta un cuadro notable de lo complejo de la naturaleza humana, que según el cristal por el que se mire o el lugar que se ocupa en esta vida, se puede pasar de la santa indignación a la más chata apatía o incomprensible complacencia en un abrir y cerrar de ojos.

Pese a utilizar como soporte literario el libro del profeta Jonás, Voltaire -que era deísta- tenía una mirada muy escéptica hacia las Sagradas Escrituras. Descreía, por ejemplo, de la narración sobre Adán y Eva, y en este cuento que nos ocupa cierra con estas palabras: “Pero cuando uno ha pasado tres días dentro de una ballena no se está de tan buen humor como cuando se ha estado en la ópera, en la comedia, y se ha cenado en compañía de gratos comensales”. Sobre la condición espiritual de Voltaire, que no pudo ser enterrado cristianamente en París debido a sus críticas a la Iglesia Católica, hay una anécdota que da cuenta de las filosas palabras que Wolfgang A. Mozart le escribió por carta a su padre, a la muerte del francés: “Por fin este archibribón de Voltaire ha estirado la pata”.

De todos modos, el legado de Voltaire es inmenso. A modo de ejemplo en lo que nos dejó en el mundo de las letras, el sitio The Voltaire Foundation de la Universidad de Oxford (en inglés) dice lo siguiente: “Fueron por lo tanto los aportes literarios y retóricos que Voltaire hizo a la Ilustración los que fueron realmente únicos. Voltaire, a quien no le interesaba la música (como Rousseau) ni el arte (como Diderot), fue esencialmente un hombre de letras. (…) halló medios para popularizar y promulgar ideas que hasta entonces habían quedado en la clandestinidad». La última frase resume: «El espectro de su escritura es inmenso y abarcó casi todos los géneros”. Viviana Aubele

El video tiene subtitulado en español (seleccionar en Configuración).

LITERATURE - Voltaire

El mundo tal como va (Visión de Babuc escrita por él mismo)

Vota esta nota

¡Haz clic en una estrella para puntuarlo!

Promedio de puntuación / 5. Recuento de votos:

Hasta ahora, ¡no hay votos!. Sé el primero en puntuar este contenido.

Publicado en:

Deja una respuesta