De todos los personajes de la literatura, Sherlock Holmes posiblemente sea el que más fascinación ha causado en públicos de diversas edades y estratos sociales. Las resoluciones de casos de este excéntrico investigador aficionado parecían salidas de una galera. En realidad eran producto de las propias elucubraciones de Holmes, un hombre más que avezado cuyo amplio, aunque disperso, conocimiento del mundo le aportaba material para sus conclusiones. Según el propio Dr. Watson, “el detective es un gran conocedor de la naturaleza humana”. Arthur Conan Doyle -Conan era su segundo nombre, y no parte del apellido como comúnmente se cree- nació el 22 de mayo de 1859 en Edimburgo. Era un escocés que se había recibido de médico pero que en los ratos en que los pacientes escaseaban, escribía. Años antes, cuando era pupilo de una escuela jesuita, entretenía a sus compañeros de estudios con atrapantes historias creadas por él mismo. El genio estaba, pero faltaba maduración. Fue durante sus años como estudiante de medicina que uno de sus docentes, el doctor Joseph Bell, impresionó tanto al joven Doyle por su capacidad de deducción lógica, que fue de inspiración para armar el personaje de Sherlock Holmes.
Estudio en escarlata es la primera historia con la que Doyle continuaría una seguidilla que lo afirmaría como el referente del género policial. Con solo 27 años, Doyle escribió esta novela en solo tres semanas, finalmente publicada en 1887. Allí el autor presenta por primera vez a esta dupla emblemática de Holmes y su inseparable Dr. Watson, quien poco a poco va comprobando con sus propios ojos cómo aquél resuelve dos misteriosos asesinatos, y cómo estos asesinatos tienen que ver con una historia de larga data y con una venganza.
Así, Doyle mata dos pájaros de un tiro: dos historias que parecieran no tener nada que ver entre sí pero que tienen mucho que ver, y una fantástica unicidad en toda la novela pese a la heterogeneidad, a lo -en apariencia- distinto de las dos historias. Cuestión que se puede apreciar en la obra original.
En la versión televisiva de 1968 que ofrecemos hoy con subtítulos en español, Peter Cushing no parece Sherlock, sino que es Sherlock: experimentado en ponerse en la piel de seres ficticios terroríficos, Cushing confirma que el pelaje -o mejor dicho, la gabardina- del detective le sienta más que bien. Lógicamente, para una novela de casi doscientas páginas, una producción televisiva de menos de una hora no alcanza para cubrir todos los detalles, mucho menos para abordar dos historias. Así y todo, es una interesante “perla”, útil para quienes deseen empezar a desenrollar las andanzas de este atrapante personaje de la literatura universal.
No sabemos si Arthur Conan Doyle hubiera tenido mejor suerte de haber perseverado en la profesión médica. Se sabe que después de recibirse de médico estudió oftalmología en Viena, pero que no tuvo un solo paciente en su consultorio de Londres. De lo que sí podemos estar seguros es que el mundo de las letras se hubiera privado de un sagaz detective.
Ah… una aclaración: no es cierto que Arthur Conan Doyle haya hecho decir a su criatura la tan mentada frase “Elemental, mi querido Watson”. Viviana Aubele