El Coro de la Capilla Sixtina en el Vaticano, el 4 de marzo de 1898
Presentes los castrati: Giovanni Cesari (1), Domenico Salvatori (2), Domenico Mustafà (3),
Alessandro Moreschi (4), Vincenzo Sebastianelli (5), Gustavo Pesci, Giuseppe Ritarossi (7)
La foto es de 1898. A simple vista, parecen varones de edades varias vestidos como monaguillos en el coro de alguna iglesia. En realidad, son coreutas de la Capilla Sixtina. Y algunos de ellos son castrati. En la tercera fila, en el centro, entre otros dos coreutas de más altura, se puede apreciar a Alessandro Moreschi, oficialmente el último castrato de la historia, y que llegó a dejar registro discográfico (que data de principios de siglo xx) para que pudiéramos tener una idea del alcance vocal que podían llegar a tener estos cantantes.
La castración era una práctica cruenta e irreversible con fines diversos. Los eunucos tenían funciones dentro de una corte, o eran custodios de algún harén. En general el procedimiento se realizaba pasada la pubertad, lo cual no necesariamente afectaba el registro vocal de la persona en cuestión. En la Biblia se mencionan algunos casos de eunucos; quizá el más conocido fue el etíope bautizado por Felipe (Hechos de los Apóstoles 8:26-40), en los primeros años de la iglesia cristiana. Se sabe que en el Imperio Bizantino, hacia el 400 de la era cristiana, la emperatriz Elia Eudoxia tenía un eunuco como director de coro.
Los castrati destinados al canto lírico, propiamente dichos, aparecen hacia el siglo XVI. Fueron los primeros “divos”, los niños mimados de esos tiempos, cuya increíble capacidad para el canto hacía delirar a muchos. La castración se realizaba en niños impúberes con condiciones para el canto. Eso hacía que la laringe del niño no sufriera los cambios naturales de la pubertad, así en la edad adulta se mantenía el rango vocal de niño. Se trataba de una intervención quirúrgica riesgosa: poco o nada de antisepsia, sin anestesia, y con métodos que hoy pondrían de cabeza a más de uno. Al niño se le apretaba la carótida para adormecerlo, o se le suministraba opio; y no siempre sobrevivía.
La práctica era harto extendida, pues muchas familias de condición humilde veían en esta una vía de escape a su pobreza y de asegurar un futuro más promisorio a sus niños. Pero nunca fue legal. No obstante, una bula papal de 1589 (el sumo pontífice era Sixto V) ordenó que los niños cantores del Coro de San Pedro, en Roma, fueran reemplazados por castrati, para que los coros fueran poblados por voces masculinas más gloriosas. Además, durante siglos, se les prohibió a las mujeres cantar en público.
Castrati hubo muchos, pero Carlo Broschi -conocido como Farinelli (1705-1782)- es considerado uno de los más grandes en la historia de la ópera. Nació en una familia de músicos. Salvatore, su padre, era maestro di capella en la catedral de su ciudad, pero murió muy joven. Posiblemente Riccardo, su hijo mayor, viendo el talento vocal de Carlo, tomara la decisión de la cirugía que ayudaría a asegurar las finanzas de una casa sin el jefe de familia. Según Johann Joachim Quant, un músico de la época, Farinelli tenía “una penetrante voz de soprano, completa, rica, luminosa y bien modulada. Su entonación era pura, su vibración maravillosa, su control de la respiración extraordinario y su garganta muy ágil, por lo que cantaba los intervalos más amplios rápidamente y con la mayor seguridad”.
Las vidas de los castrati, que debían soportar años de durísimo entrenamiento, podían tomar rumbos dispares. El caso de Farinelli, como el de otros notables castrati, fue afortunado: gozó de la admiración de los reyes de España, adquirió fama y prestigio, y murió rico. Pero muchos de estos niños no llegaban a colmar las expectativas puestas en ellos, lo cual hacía miserables sus vidas. La costumbre de la castración con fines musicales perduró hasta que la fascinación por los castrati fue mermando. Ya para el ocaso del siglo XVIII el gusto musical para lo operístico estaba cambiando; de hecho, los franceses nunca gustaron de los castrati.
En 1861 Italia logró la reunificación, y con esta vino la prohibición de la castración para fines musicales. Unos años más tarde, el papa León XIII prohibió la contratación de castrati en la iglesia. Quedó un “remanente” de ellos en la Capilla Sixtina (como en la foto de esta nota), entre ellos el mencionado Moreschi, que falleció en 1922. Y el golpe de gracia vino con el papa Pío X y el motu proprio Tra le sollecitudini, por la cual, el 22 de noviembre de 1903 -día de santa Cecilia, según el santoral católico- promulgaba que en caso de requerir voces de sopranos contraltos, las partes debían ser cantadas por niños.
Es complejo tener una idea de cómo cantaba un castrato. Es posible darse una idea escuchando una grabación de Moreschi, que pese a su registro de soprano no llegó a tener entrenamiento lírico apropiado. Moreschi logró grabar su voz en algunos discos. En 1902 grabó en el Vaticano sus primeros registros para la Gramophone & Typewriter Company de Londres, y volvió a grabar más tarde en 1904. Teóricamente sería el único registro que nos permitiría saber cómo sonaba un castrato, y no muy acabadamente, ya que las grabaciones son muy viejas y tienen defectos propios de la época, amén de que en el tiempo en que Moreschi hizo las grabaciones, ya había pasado su época de esplendor vocal.
Pero increíblemente, sí es posible darnos una idea. Javier Medina es un castrato de nuestros tiempos. Se trata de un joven mexicano que a consecuencia de un tratamiento por leucemia de niño, sufrió una castración química. Su vida tampoco ha sido sencilla: tuvo que soportar que su padre no aceptara lo acontecido, y el bullying por su peculiar voz también hizo lo suyo. Como el mismo Javier relata en la entrevista que le realizó Telemundo en octubre de 2019, su vida hubiese sido a todas luces muy desgraciada de no haberse puesto en su camino la contralto Magda Zalles, quien lo llevó por el camino de la lírica. Un caso quizás único en nuestro tiempo de varones que por razones médicas no llegan al desarrollo natural. Viviana Aubele
Alessandro Moreschi canta Ave María, de Gounod
Javier Medina en Diario Lírico
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