En una de las últimas noches que se aferran a las tibias corrientes para resistir la llegada del otoño, el Kennedy Center se estremeció junto a las copas de los árboles que lo circundan. Una caravana de autos y destacadas figuras del mundo cultural, diplomático y político se agolpaban en la entrada y paseaban por los corredores, en un desfile de gala con destellos de atuendos étnicos que sólo puede darse en ciudades tan cosmopolitas como Washington. En la sala, un aire más cálido y cargado de expectativas cobijaba a un extasiado público que celebraba el comienzo de la 60ª temporada de la opera house.
La apertura de Carmen, a cargo de la Washington National Opera Orchestra, estuvo antecedida por el canto del Himno de Estados Unidos, interpretado por cantantes líricos y acompañada de un original telón que evocaba un fresco contemporáneo de amplia gama cromática.
La mezzo-soprano Clémentine Margaine logró una fiel interpretación de Carmen, explotando en cada aria el histrionismo, la desfachatez y sensualidad que el personaje le confiere. Dotada de una límpida voz, abarcó el amplio espectro que la obra del compositor francés Georges Bizet requiere, ensamblándose en todo momento con la orquesta dirigida por Evan Rogister. El tenor Bryan Hymel se destacó por su caudal de voz, aunque no por la interpretación que hizo de Don José, falta de la visceralidad de quien es capaz de asesinar a su amada.
En el rol de Micaela, Janai Brugger demostró coloratura y vocalización formidables que la hacen merecedora de un protagónico en su próxima actuación. Muy destacable fue también la labor de William Breytspraak en la dirección del Coro de Niños, quienes sobresalieron por la coordinación y un inusitado profesionalismo. Una pareja de bailarines de flamenco realizó la apertura de los actos, fusionándose por momentos con los mismos y entrando a escena para integrarse al resto del elenco, recurso interesante si no hubieran apelado a forzados e innecesarios artificios.
El vestuario de François St-Aubin sintetizó la austeridad de las gitanas y las mujeres del pueblo realzando así los géneros desplegados por los soldados, oficiales y toreros. La escenografía no coincidió con el resto de la composición escénica puesto que recrea una interpretación libre –casi azarosa- de lo que fue Sevilla a principios del siglo XIX, con apenas algunos vestigios del paso de los moros por esas tierras. Esta licencia también fue tomada por el iluminador Robert Wierzel que, no obstante, recreó un entretenido impacto visual en el segundo acto mediante una concatenación de eclécticos faroles.
La vivacidad de la representación fue tal que el fallecimiento se precipitó ligeramente, anticipándose al tempo y a la cadencia marcada por la orquesta. Aun así, E. Loren Meeker se lleva el mayor mérito por su puesta final en la Plaza de Toros, no sobre la tradicional arena sino a unos metros de allí, debajo de las gradas. Allí, recreando una suerte de teatro de sombras, emerge Votre toast, je peux vous le rendre y todo el coro, de pie, agitando quitasoles y sombreros de época, recibe a una Carmen apuñalada por su pretendiente, y destila el rojo que tiñe el entero fondo. Es la clara evidencia de que si hubo un vívido deseo, ya no hay de ello en ese desvanecido cuerpo que se libera de su apasionada sangre. Martín Quiroga Barrera Oro
Fue en septiembre 2015
Washington National Opera
The John F. Kennedy Center for the Performing Arts
2700 F Street -Washington D.C. – U.S.A.
http://www.kennedy-center.org/
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