THE PHANTOM OF THE OPERA, versión itinerante

Estupenda puesta en escena con protagonistas algo deslucidos

“Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”. Así comenzaba el Manifiesto del Partido Comunista de Karl Marx y Friedrich Engels a mediados del siglo XIX. Adentrados en el XXI, un fantasma recorre Estados Unidos: el fantasma de la ópera. Esta vez el afamado musical de Andrew Lloyd Webber basado en la novela de Gastón Leroux está de gira por los estados bajo la mira del águila calva. Por estos días, su música está resonando en los marmóreos edificios de Washington, capital de la nación.

Sin recaer en lo ampuloso, la puesta de Cameron Mackintosh se ve cargada de efectos especiales y pirotecnia que le imprimen un carácter cinematográfico. Así, este multifacético musical que tradicionalmente se conjuga con la danza y la ópera, permite ahora vivenciar una ficción del séptimo arte.

En el gigante costero del Kennedy Center, la escenografía hiperrealista de Paul Brown se amalgama con el Palais Garnier de París. Se conjuga el estilo moderno de la opera house washingtoniana con su versión especular parisina, de estilo neobarroco, construida por el arquitecto Charles Garnier bajo la orden de Napoleón III. El ejemplo más excelso es la araña de cristal amurada al cielorraso, que permanece aquietada ante el tambaleante chandelier, luego de cada embestida del Fantasma de la ópera. Falta de carácter, la tibia interpretación de Chris Mann encuentra consuelo en su contraparte Kaitlyn Davis, quien tampoco explota el potencial de la inocente Christine Daaé pero no deja por ello de encantar con su destreza vocal.

Con vestigios de una opéra-comique, el espectador puede sentirse fácilmente provocado  por el dinamismo de los hilarantes diálogos sostenidos por Monsieur Férmin (David Benoit) y Monsieur André (Price Waldman). También contribuye a sopesar la deslucida interpretación de los protagonistas la soprano Jacquelynne Fontaine, quien encarna a la temperamental Carlotta Giudicelli, prima donna de la compañía. Mediante la representación en la representación, resalta el cuerpo de baile, bajo la dirección del coreógrafo Scott Ambler, por su precisión y coordinación.

Nuevamente merece destacarse el despliegue escénico, más aun por tratarse de una puesta itinerante. Sin escatimar en recursos, las escaleras móviles que descienden a la recámara del Fantasma son una nítida expresión de la maximización de una estructura que, como una casa de muñecas, contiene diferentes ambientes ingeniosamente encastrados. Apela así a una economía solo cuando es necesaria, permitiendo que las escenas al interior del recinto dialoguen con el exterior. Así muda la piel del entorno que queda anclado en objetos fijos como una pétrea escultura o una cruz, que saben mantenerse erigidos al interior de una iglesia o bajo las amenazas de la intemperie.

La escenografía sostiene una interacción balanceada con la iluminación (Paule Constable) y el vestuario (Maria Björnson), que no escatima en explotar la vasta paleta cromática y de géneros para recrear pictóricas imágenes. Esta creatividad convergente da luz a cuadros como Masquerade, donde todos los personajes, reflejados en un espejo ligeramente inclinado, duplican la colorida e invertida simetría. Martín Quiroga Barrera Oro

Hasta el 20 de agosto 2016
Washington National Opera
The John F. Kennedy Center for the Performing Arts
2700 F Street -Washington D.C. – U.S.A.
kennedy-center.org

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