Si Walt Disney se hubiera propuesto hacer una ópera en los ‘80, Cinderella habría sido sin lugar a dudas la suya. Ratones recibiendo a los espectadores en la recepción, una puesta en escena que brilla más por su artificialidad que por el vano intento de ser contemporánea y un humor plagado de gags que cayeron en desuso hace tiempo aparecen en la puesta de Joan Font. Ha sido tan sólo la inventiva de Charles Perrault y el destello de Gioachino Rossini, junto al talento del Washington National Opera Chorus and Orchestra lo que nos dejó fuera del parque de diversiones.
La coloratura de la estadounidense –con ascendencia argentina– Isabel Leonard detenta una cadencia y expresividad que le permite prescindir de todo otro soporte. Su padre en la escena, Don Magnifico, es interpretado por Paolo Bordogna, quien se destaca por su caudal y brío a pesar de su sobreactuación. La Orquesta, bajo dirección de Speranza Scappucci, posee el don de una precisa prolijidad. Casi todas las arias son acompañadas por seis ratones que proporcionan, con su danza, adecuados toques de humor.
Si esta puesta de Cinderella no se propuso ser un pasticcio, sí lo fue la escenografía creada por Joan Guillén, que coqueteó insatisfactoriamente con el eclecticismo y dio por resultado una suerte de museo de la arquitectura: un fondo minimalista, una escalera con reminiscencias art decó, una chimenea y puertas de un pálido neoclasicismo. El obstruido diálogo entre tantos elementos de diferente estilo culmina con un mayor bullicio por el vestuario de saturados colores. Esta adaptación de Joan Font, se (des)luce además por su descuido en ciertos detalles como dos zapatos colorados debajo de un banco (¿habrán sido un guiño?) o unas cucharas soperas colgando del techo imperial.
La puesta lumínica de Albert Faura procura compensar este cúmulo de desaciertos. Valiéndose del fondo minimalista para generar distintos climas durante la visita al palacio, hace una delicada combinación con un juego de luces sobre el escenario que nutre al relato. Durante la visita del Príncipe a la casa de Cinderella, un recurso original ha sido la proyección de la carroza: puede observársela a través de un breve teatro de sombras ejecutado por los ratones, un extenso mural compuesto por varias hojas y hasta una carroza a escala reducida que bien podría haber servido para un teatro de títeres. En la misma línea, el ingreso de Dandini, interpretado por Simone Alberghini, quien simula ser Don Ramiro, recreado por Maxim Mironov, cuenta con una apuesta creativa al montar un equino bicéfalo, blanco y con coloridas extremidades, que podría haber sido parte de una muestra de pop-art.
Mientras la conjunción de estilos en escenografía y vestuario se torna forzada, los elementos pictóricos y vocales -presentados como auténticos- fluyen. Mientras que tiene un cuerpo con notable talento musical, se desvanece en la fútil recreación de La Scala que Disney podría, alguna vez, haber soñado. Martín Quiroga Barrera Oro
Fue el 13 de mayo de 2015
Washington National Opera
The John F. Kennedy Center for the Performing Arts
2700 F Street -Washington D.C. – U.S.A.
http://www.kennedy-center.org/
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