Erich Maria Remarque (en realidad, Erich Paul Remark, 1989-1970) fue un novelista alemán, famoso en particular por un título: su relato histórico All Quiet on the Western Front (Im Westen nichts Neues, 1928), basado en su propia experiencia en el Ejército Imperial Alemán durante la Primera Guerra Mundial. Fue un éxito inmediato, que le valió su condena por parte del ministro de propaganda nazi Joseph Goebbels, quien lo consideró antipatriótico. Su libro fue prohibido en Alemania y Remarque, quien debió exiliarse primero en Suiza y luego en los Estados Unidos, fue denigrado públicamente.
Reclutado cuando tenía 18 años, apenas más que un niño, Remarque luchó en las trincheras y debió ser evacuado por las heridas recibidas en batalla. Después de la guerra trabajó como maestro, bibliotecario y periodista, pero las atrocidades de la guerra lo marcaron para siempre. En 1927 publicó una primera novela, Station am Horizont, que apareció por capítulos en la revista para la que trabajaba. Dos años más tarde, All Quiet on the Western Front (Sin novedad en el frente, como se conoció en nuestro país) definió su carrera. Su texto, en algún sentido autobiográfico, describe el horror de la guerra desde la vivencia de un joven soldado alemán.
El éxito de la novela estuvo anclado, sin dudas, al hecho de que muy poco después de su publicación el libro fue utilizado como base para la película homónima, que dirigió Lewis Milestone, primer film basado en una novela en ganar un Oscar, tanto por la producción como por la dirección. El desgarrador realismo de la película iba a sentar un precedente en la historia de la cinematografía. La trama es cruda, violenta, grotesca, devastadora. Ni más ni menos que la realidad: en las guerras no hay nada que sea asimilable al heroísmo ni al honor. Solamente hay barbarie. Y hay víctimas, que deben contarse de a millones.
Quizás el embrutecimiento que promueve la guerra tenga que ver con la dimensión enorme del espanto. Nos cuesta imaginar la realidad de los números cuando son demasiado grandes. Hablar de millones de muertos es lo mismo que decir nada. Tal vez por eso, una de las escenas más impactantes de All Quiet on the Western Front sea la del enfrentamiento, cuerpo a cuerpo, uno a uno, del joven protagonista con un soldado francés. Las opciones son matar o morir, y sin embargo en esa escena queda claro lo absurdo de ver en el otro un enemigo, en lugar de vislumbrar a un igual.
Esta escena está presente tanto en la novela como en las dos versiones cinematográficas más notables de esta historia. Una, la ya referida, de 1930. La otra, la dirigida por Edward Berger, que se estrenó este año en el marco del 47.o Festival Internacional de Cine de Toronto. Luego la película llegó a una serie de cines selectos, y a partir del 28 de octubre fue integrada a la plataforma de streaming Netflix en todo el mundo.
La nueva versión de All Quiet on the Western Front es protagonizada por Felix Kammerer, Albrecht Schuch, Daniel Brühl, Sebastian Hülk, Aaron Hilmer, Edin Hasanovic y Devid Striesow. La película será presentada para el Oscar al Mejor Filme Internacional en la 95.ª entrega de los Premios de la Academia. Y más allá de algunos deslices, donde el realismo cede terreno a la espectacularidad que Hollywood evidentemente impuso como norma, es una excelente producción, que se destaca notablemente en medio de la superficialidad a la que nos tiene acostumbrados la plataforma.
Méritos cinematográficos aparte, esta película sienta además una posición política. Debido a su contenido pacifista, que surge de su denuncia al sinsentido absoluto de toda guerra, y en consecuencia a su posición crítica al belicoso nacionalismo alemán, el Partido Nazi hizo todo lo posible por censurar tanto la novela como la versión original de la película. Su estreno en Alemania, a fines de 1930, estuvo enmarcado por acciones de los camisas pardas, bajo el mando de Goebbels, quienes boicotearon las proyecciones haciendo estallar bombas en los cines, al grito de ¡Judenfilm! (película judía).
Goebbels escribió sobre esas intervenciones en su diario personal: “En diez minutos el cine se convirtió en un pandemonio. La policía fue impotente. La multitud amargada descargó su ira sobre los judíos. ¡Fuera los judíos! ¡Hitler ya está de pie en los umbrales! Los judíos son pequeños y desagradables. Las autoridades se solidarizan con nosotros. La taquilla fue sitiada. Los cristales de las ventanas quedaron rotos. Se abandonó la proyección, al igual que la siguiente. Hemos ganado Los periódicos están llenos de nuestra protesta. Pero ni siquiera el Tageblatt se atreve a insultarnos. La nación está de nuestro lado”.
De más está decir que el nazismo logró imponer su oscuridad. Recién en 1952 la película pudo volverse a ver en Alemania. Pero que esta nueva lectura sobre la novela de Erich Maria Remarque sea una producción germana, es sin duda un detalle fundamental. Implica una mirada autocrítica por parte de una sociedad que padeció el horror debido al delirio de un régimen tirano.
No obstante lo dicho, todavía queda mucho por aprender. La película de Milestone también fue prohibida en su momento en Italia, Austria y Francia, entre otros países. El pacifismo no siempre es bien recibido, como bien lo saben quienes se han atrevido a protestar en Rusia contra la guerra homicida que el gobierno de ese país lleva adelante hoy mismo contra Ucrania. Las muertes en guerra durante el siglo XX han sido incontables, pero hemos aprendido poco. Los movimientos totalitarios siguen surgiendo, en todo el mundo. Y es por eso que tener presentes estos horrores continúa siendo una acción necesaria.
En definitiva, recomendamos esta película, advirtiendo sobre su crudeza visual. De ser posible apréciela en su idioma original, con subtítulos, por supuesto. Su duración es de dos horas y media. Y es una candidata seria para el próximo Oscar. Germán A. Serain
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