Recorrer la filmografía de Ruben Östlund (Suecia, 1974) es una experiencia por demás interesante, que recomendamos de manera entusiasta. Son cinco, hasta el momento, sus largometrajes, pero comenzó a llamar la atención del público y la crítica internacional con Force Majeure (2014), donde narra la crisis de un matrimonio a partir de una situación casual: durante unas vacaciones en los Alpes, una avalancha controlada asusta de tal modo al esposo que instintivamente huye, desentendiéndose de la seguridad de su familia. Ese instante de debilidad resquebraja el orden establecido y pone en tela de juicio los roles de los personajes. Ganó el premio a Mejor Película en la 50º entrega de los Premios Guldbagge, y Premio del Jurado en el Festival de Cannes. Tres años más tarde, en 2017, Östlund ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes por su película The Square, logro que repitió en 2022 con su último largometraje: Triangle of Sadness.
En ambos casos el director recurre a una estética parecida. Hay secuencias extensas, en las que se toma todo el tiempo necesario para asentar los climas que busca, incluso al costo de una leve incomodidad. Hay una fotografía sólida y cuidada, con personajes reconocibles, pero ligeramente fuera de la realidad. Hay elementos que están a la vista sin explicación, para que el espectador decida qué hacer con ellos. Hay un guion inteligente, cargado psicológicamente, que reclama atención sobre los detalles. Y hay especialmente una fuerte y ácida crítica social.
The Square (El cuadrado – Suecia – 2017): Actúan: Claes Bang, Elisabeth Moss, Dominic West, Terry Notary, Christopher Laesso – Decorados: Josefin Åsberg – Sonido: Andreas Franck – Fotografía: Fredrik Wenzel – Guion y Dirección: Ruben Östlund
También conocida en el mercado hispanoparlante como La farsa del arte, el núcleo temático de The Square se ubica en torno de un museo de arte moderno. Decimos así porque los espacios interno y externo de este museo se interpenetran, en sus significados y sus simbolismos. Protagonizada por Claes Bang, Elisabeth Moss, Dominic West y Terry Notary, la película trata sobre el sentido (¿o sinsentido?) del arte de vanguardia, conceptual, contrastado con los discursos del mercado, las redes sociales y el marketing, por una parte, y las realidades propias de la dinámica social urbana, por la otra. El protagonista principal, director de un museo de arte contemporáneo, trabaja en la promoción de una instalación titulada The square (El cuadrado), que en teoría fomenta valores humanos y altruistas. Pero estos valores van a contramano de los mensajes que propone la agencia de publicidad, y también de lo que sucede en el mundo real.
Hay instancias de The Square que son asombrosamente extrañas, ambiguas, que ofrecen múltiples niveles posibles de lectura. Una de las más impactantes, sin lugar a dudas, es la protagonizada por Terry Notary, cuando desarrolla una suerte de performance que pone en contradicción la pretendida civilidad de ese ser humano cultivado por el arte, capaz de compartir una cena de gala o de convertirse en mecenas como un gesto de posicionamiento social, y la animalidad que sigue estando latente en nuestra más íntima naturaleza. En el fondo, esta tensión está presente en toda la película, la lucha entre el superyó y el ello, entre la civilización y la barbarie, pero es en la referida escena donde se pone de manifiesto de un modo más brutal y caprichoso.
Un dato de color: la instalación que da título a The Square, ese cuadrado delimitado en el suelo dentro del cual cualquier miembro de la comunidad debería tener los mismos derechos y deberes, a la manera de un santuario, es atribuida a la artista argentina Lola Arias, quien aparece en el film haciendo de sí misma. Pero no es más que una utopía: fuera del cuadrado en cuestión, la sociedad es una jungla. Y cuando alguien grita pidiendo ayuda en medio de una multitud, la actitud natural es seguir de largo, para evitarse problemas. Y cuando alguien pregunta, expresamente “¿Le interesa ayudar a salvar una vida humana?”, la respuesta abierta y directa es una negativa. La indiferencia y la desconexión es la pauta que prevalece, más allá de la belleza de la música de Bach, que aparece de manera recurrente como leitmotiv, y de las discursividades absolutamente vacías.
Triangle of Sadness (Triángulo de tristeza – Suecia – 2022): Actúan: Woody Harrelson, Dolly De Leon, Zlatko Buric, Iris Berben, Vicki Berlin, Henrik Dorsin, Jean-Christophe Folly, Amanda Walker, Oliver Ford Davies, Sunnyi Melles, Harris Dickinson, Charlbi Dean Kriek – Decorados: Josefin Åsberg – Sonido: Andreas Franck – Fotografía: Fredrik Wenzel – Guion y Dirección: Ruben Östlund
Pero si el nombre de Ruben Östlund ha vuelto a ser noticia, es por haber repetido el logro de la Palma de Oro con una nueva película, más desafiante que su antecesora, más abiertamente satírica, pero donde profundiza en sus obsesiones: Triangle of Sadness. También aquí aparecen personajes que bordean la irrealidad, en situaciones absurdas que al mismo tiempo reconocemos como caricaturas de lo real. Aquí los dardos apuntan —y aciertan— a la superficialidad del mundo de los influencers, la moda, la publicidad y los discursos de género, tanto como a la liviandad de la sociedad de consumo orientada al segmento de mayor poder adquisitivo.
En el marco aportado por un crucero de lujo, somos testigos de una exhibición casi zoológica de especímenes grotescos, donde el ejemplo más adorable es la pareja de ancianos que hizo su fortuna con el tráfico de armas. También aquí hay una escena memorable, y es la que protagonizan el capitán alcohólico del barco, encarnado por Woody Harrelson, y un magnate ruso dedicado a los desechos tóxicos (Zlatko Buric), quienes en una noche de tormenta debaten, justo antes del inevitable naufragio, argumentos en favor del marxismo y el capitalismo, respectivamente.
Es conveniente advertir que hay una sección de Triangle of Sadness en la cual el director se encarga de poner a los personajes al margen de cualquier dignidad humana, enchastrándolos sin ningún reparo en mares de vómitos y heces, en una serie de tomas que algunos espectadores podrían encontrar bastante chocante. Esta degradación conecta con lo que vendrá luego: la necesidad de los protagonistas de sobrevivir en medio de una naturaleza salvaje, en la cual todas las reglas y jerarquías de poder que habían sido establecidas hasta ese momento se verán trastocadas. En efecto, ya no mandará quien tenga más dinero o influencias, sino quien sepa pescar o hacer una fogata. La corrupción, sin embargo, se reproducirá como un virus: cambiará todo, pero en definitiva las miserias humanas seguirán siendo las mismas.
Triangle of sadness es catártica, es feroz y es horriblemente divertida. Y es curioso como en ambos casos las críticas se han mostrado divididas, ensalzando unas las dos películas reseñadas, y otras defenestrando al director y al Festival que le otorgó los premios. A nuestro entender, son dos verdaderas joyas, que merecen ser vistas y comentadas. Eso sí: dispóngase a verlas con el humor más ácido del que pueda echar mano para disfrutarlas, porque es el único modo de que funcionen. Germán A. Serain
Pingback: A TIGER IN PARADISE, filosofía, cine y música - Martin Wullich