Pretenciosas ridículas, las de Barranco – Autor: Gregorio de Laferrère – Elenco: Max Acuña, Ariel Aguirre, César Arakaki, Mabel Berrina, Gabriela Colombo, Rubén Demichelis, Sergio Escalas, María Alicia Gonzalez, Juan Gorriti, Luciana Morcillo, Patricia Alejandra Silva, Cintia Zaraik Goulu – Escenografía y vestuario: Luciana Morcillo – Iluminación: Vicente Wingeyer – Música: Patricia Casares – Dirección: Iván Moschner
“La comedia del señor [Gregorio] de Laferrère es una larga carcajada mojada al final con una lágrima”, escribió en La Nación el periodista Juan Pablo Echagüe, en ocasión del estreno de Las de Barranco, en abril de 1908. Siguieron ciento cuarenta y seis representaciones consecutivas de la puesta de la compañía de Orfilia Rico, actriz uruguayo-argentina considerada la “señora de la escena rioplatense” de principios de siglo XX, y la responsable de encarnar a la despótica e inescrupulosa Doña María, la viuda del capitán Barranco. Gregorio de Laferrère entendió que debía ser Orfilia quien le marcase el rumbo de su comedia costumbrista, y en Las de Barranco pensó principalmente en el personaje de la matriarca; luego iría agregando el resto de los personajes.
Iván Moschner, actor y director oriundo de Misiones, lleva a las tablas Pretenciosas ridículas, nueva puesta de la obra más famosa de Gregorio de Laferrère (1867-1913), además de ¡Jettatore…! Son setenta minutos donde no falta una interesante cuota de hilaridad. Se destacan las caricaturescas intervenciones de Castro, el frustrado cobrador del alquiler, el dentista Barroso y sus estridentes risotadas, y Morales, el apocado inquilino. Al igual que en la obra original, la entrada y salida de los personajes es ágil, como lo son las salidas de Petrona y Manuela a la hora de correr al balcón a buscar novio. Cuestión esta, la de merecer, que angustia a Pepa y se manifiesta en su evidente rispidez.
Doña María y Carmen son las fuerzas antagónicas que orientan la acción. En esta puesta, la matrona, aunque quizás menos enérgica que la que uno puede adivinar leyendo la obra original, no deja de generar lástima y, a la vez, una sensación de justicia divina por el desenlace de la obra. La sufrida hija padece las constantes opresiones y manipulaciones de la madre, y encuentra su salvación en un Linares exageradamente caracterizado como aquellos personajes de las películas argentinas de los años treinta. Morales suscita hilaridad, aunque con cierto desbalance con la seriedad necesaria cuando le da su parecer a Doña María sobre sus conductas poco honestas como madre. El personaje de Rocamora genera tanto rechazo como se puede pensar que quiso el autor.
Las indicaciones de escena dadas por de Laferrère hablan de un ambiente “guarangamente decorado”; es decir, sin gracia. Quizás es lo primero que atraiga la atención del lector de estos tiempos, que tiene, seguramente, otra idea de la carga semántica de esa frase: la decoración es lo que pone en clima al espectador que los recursos económicos de la familia están escaseando. Por eso, en esta puesta son llamativos los paneles de lienzo con bocetos de figuras femeninas que cuelgan de las paredes, cerca de otro lienzo con la figura del capitán Barranco. Está claro que la familia Barranco es un microcosmos eminentemente femenino; pero las partes pudendas femeninas mínimamente esbozadas en los bocetos de la decoración no parecen estar de acuerdo con lo que el autor quiso poner de manifiesto.
Tampoco se atisba intención alguna de que ciertos personajes incluyan gestualidades rayanas en lo libidinoso: Carmen finge voz y pose de femme fatale para persuadir al cobrador Castro; Rocamora se quita la camisa frente a Carmen y en una escena posterior se desabrocha el cinto; Pérez viene a visitar a Petrona con la camisa totalmente desabotonada. Es decir, detalles que no solo no están presentes en el texto del autor y que en la época en que se ambienta la obra hubiesen sido motivo de escándalo, sino que no aportan nada a lo que la obra original se proponía: el de retratar la ruina de toda una familia y los manejos psicopáticos de Doña María con sus hijas y con el resto del mundo.
También es llamativa la inclusión de Hombres necios, de Sor Juana Inés de la Cruz, cuando Doña María presiona a Pepa a que le recite a Rocamora, pues Gregorio de Laferrère no lo pide en su texto, en donde queda claro que Pepa no accede al pedido de su madre. No obstante estos detalles, el uso del lenguaje y de los modismos de principios de siglo XX se ha respetado, y el vestuario destaca por su sencillez y precisión, lo que ayuda a crear el clima de una casa de familia de principios de siglo XX. Retomando la idea vertida por Echagüe en la cita del principio, el espectador vivirá momentos de notable hilaridad, y la lágrima del final quizá la emane la otrora todopoderosa Doña María, impotente frente al retrato de su difunto esposo. Viviana Aubele
Se dio hasta el 29 de octubre 2021
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