Existe cierto nivel de curiosidad natural, en el caso de cualquier melómano, que lo lleva a querer saber cómo sonarán las orquestas de otras geografías. Por eso el viajero visita auditorios y salas de concierto durante sus periplos. Y quien no cuenta con esa posibilidad está atento a las visitas de las agrupaciones de distintas partes del mundo. Con esta idea en mente fuimos a escuchar a la Orquesta Sinfónica Estatal de Siberia, en el segundo concierto del ciclo anual organizado por Nuova Harmonia. Dirigido desde el año pasado por Vladimir Lande, el ensamble orquestal presentó un programa de obras rusas que arrancó, con alguna desprolijidad en el balance sonoro, con la obertura de la ópera Ruslán y Ludmila de Mikhail Glinka, antes de dar paso a las dos obras centrales, en las cuales se lució con potencia y precisión.
El Concierto para piano Nº 2 de Sergei Rachmaninov es una obra que requiere de un alto nivel de virtuosismo, tanto de parte del solista como de la orquesta, pero también de mucha sutileza, sobre todo en el segundo movimiento. La coprotagonista de esta obra fue la joven pianista Xiayin Wang, quien convalidó la fama que respalda en general a los instrumentistas de origen chino, cuya formación musical, altamente competitiva y exigente, suele dar como resultado jóvenes músicos de un particular virtuosismo, aunque no necesariamente expresivos.
En el caso de este concierto, toda la pirotecnia musical exigida por Rachmaninov estuvo presente, pero la interpretación resultó más impetuosa que cálida, más precisa que sensible. La orquesta ocupó un lugar destacado, lejos de acotarse a un rol de mero acompañamiento. Como bis, la pianista ofreció una pieza tradicional china que ya habíamos conocido como parte del repertorio de Lang Lang.
La segunda parte del concierto estuvo marcada por el desafío de la riquísima paleta orquestal de Nicolai Rimsky-Korsakov, a través de la maravillosa suite Scheherazade, plena de contrastes y exotismo oriental. La orquesta volvió a lucirse, tanto en los pasajes impetuosos como en los más delicados. Y por más que el compositor incomprensiblemente negara cualquier intención programática en la obra, insistiendo en que debía escucharse como música pura, no fue difícil imaginar “el barco de Simbad estrellándose contra un acantilado coronado por un jinete de bronce”, según propone el título de la última parte.
Dos bises de Shostakovich completaron la noche: un tango, que presumiblemente intentó sintetizar en un mismo momento la esencia porteña con los aires rusos, y una pieza de la opereta Moscú Cheryomushki, que mostró otra faceta de la Sinfónica Estatal de Siberia. Fue como haber estado un rato en Moscú, sin movernos de Buenos Aires. Germán A. Serain
Fue el 22 de abril de 2016
Teatro Coliseo
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