Es interesante esta propuesta de Adriana Tursi, gestada durante la proximidad de un huracán en Miami, según pude enterarme por sus propias palabras. Una pareja se reencuentra después de un tiempo, durante una noche tormentosa. Anteriormente solo han tenido una aventura de fin de semana, y ella vuelve por más. Pero él es hombre casado, sin mayores pretensiones que la de una existencia agradable, casi previsible, aburrida para quien lo vea de afuera, y no hará muchos esfuerzos por salir de esa acomodada tranquilidad que “es lo que hay”.
Ella intentará ponerle color, alegría, le hablará de libertad, de un mundo mejor, también lo denigrará, y -enganchada como está- querrá construir una vida que de por tierra con la que trae a cuestas, no muy feliz, y hasta con el recuerdo de una violación incluída. Lo cierto es que ninguno de los dos cambiará un ápice para negociar un acercamiento, pues tampoco tienen muy claro el derrotero que quieren imprimir a sus vidas. Es más, no lo han tenido nunca. Y así andan. Entre tanto, afuera, el temporal se abate, reflejando las pasiones y desencuentros de sus tormentas internas.
Con un clima trágico in crescendo, Julio Ordano -de quien recuerdo el estupendo Sexo, droga y rock and roll, unipersonal con Gerardo Romano- pone su sello en la precisa dirección de dos actores que responden a la propuesta personificando la inocencia y la perdición de ambos personajes. Karina Buzeki aporta el drama necesario de esa mujer que siente que la vida se le va. Roberto Ponce responde a su rol oscilando entre la desesperación y la comicidad, con reacciones desopilantes, que aportan un adagio a la tragedia del relato. Luciana González ha creado una escenografía llamativa en verdes tonos, con un clima que Sergio Vainikoff musicalizó adecuadamente. Martin Wullich
Se dió hasta noviembre 2008
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