ESA IGLESIA LLENA DE ENEMIGOS ARMADOS HASTA LOS DIENTES, torpes creyentes

Una inteligente obra que nos habla del sinsentido de las guerras y lo relativo de la fe

Esa iglesia llena de enemigos armados hasta los dientes – Actúan: Daniel Casablanca, Julián Ponce Campos – Música: Martín Rodríguez – Vestuario: Marisol Castañeda – Iluminación: Leandro Crocco – Escenografía: Micaela Sleigh – Dramaturgia: Agustín Sáiz – Dirección: Emiliano Dionisi

Resulta siempre muy importante saber reconocer al enemigo. Sin embargo, también es importante comprender por qué razones, no siempre válidas ni mucho menos inteligentes, es que ese otro a quien se procura dañar, o que procura dañarnos a nosotros, ha llegado a convertirse en adversario. Y es que en algunas ocasiones el verdadero enemigo puede ser precisamente ese que nos dice contra quién debemos, en teoría, luchar.

Esto nos lleva al paso siguiente: otras veces el enemigo puede ser uno mismo. Después de todo, siempre es uno quien en definitiva decide creer a la hora de empuñar las armas. Finalmente es tal como dicen: no importa en qué bando te hayan puesto los acontecimientos, lo que importa es que comprendas que tú no has elegido ningún bando.

En Esa iglesia llena de enemigos armados hasta los dientes nos encontramos con una trinchera, dos bandos y un enfrentamiento. Varios enfrentamientos, en realidad. Un modo posible de ver esta obra es considerar, precisamente, cuál de todos ellos es el más importante. Los personajes que llegamos a ver son dos: un soldado y su sargento (Julián Ponce Campos y Daniel Casablanca, respectivamente). Más allá están los enemigos: esos que disparan, referidos en el título, armados hasta los dientes, pero también cada uno de los responsables de que ellos estén allí, peleando una guerra que no es suya.

Y aquí es donde cobra peso la cuestión de las creencias. El enemigo -el más evidente, ese que nos dispara- se atrinchera en una iglesia. Pero esto es apenas una metáfora. El asunto de la fe aparece aquí en la grieta del cuestionamiento. ¿En qué se fundamenta la creencia de estar haciendo lo correcto, de estar defendiendo el bando de los buenos? ¿En función de qué falacias puede llegar uno a estar dispuesto a sacrificar su propia vida? ¿Qué es lo que dificulta el paso necesario hacia la rebelión?

Con una curiosa estructura de reiteraciones que ayudan a mostrar la evolución de los protagonistas, el texto de Agustín Sáiz abunda en preguntas que van de la sutileza al cuestionamiento explícito. Por su parte, la dirección de Emiliano Dionisi lleva la obra hacia un estilo de comedia lindante por momentos con el absurdo. Uno podría preguntarse si esta estética es la más adecuada a la hora de realizar una crítica seria sobre la guerra. La respuesta es afirmativa, toda vez que la guerra es un absurdo en sí mismo. Y así queda expuesto.

Lo que también queda expuesto es el absurdo de ciertas creencias. Nos apresuramos a aclarar el punto: creer no es algo necesariamente malo. De hecho, todos creemos en algo. Incluso aquellos que ingenuamente afirman no creer en nada. Pero la creencia se convierte en torpeza cuando el creyente pierde la perspectiva que le permite comprender la distancia que media entre un acto de fe y una verdad objetivamente válida. Todos creemos cosas, pero los creyentes torpes pierden su capacidad crítica en el altar de su fe, al punto de matar o dejarse matar en aras de una convicción carente de un sustento real.

Nos interesa destacar que en otro momento de nuestra historia, esta obra aparentemente inocente hubiese sido con toda seguridad prohibida y señalada como subversiva. Y con justa razón, porque toda crítica a los órdenes establecidos es subversiva, tanto como necesaria, desde el momento que conduce al pensamiento. El pensamiento crítico es lo contrario del dogma.

Una vez más nos pareció simple, atractiva y efectiva la escenografía de Micaela Sleigh. Y también loable la actividad del Teatro Nacional Cervantes, que con este ciclo permite sostener una actividad teatral segura y creativa en medio de la pandemia. En cuanto al momento final de la obra de Agustín Sáiz, es lo suficientemente ambiguo como para que unos vean allí un loable acto de arrojo y valentía, y otros una evidencia clara de que el personaje no ha terminado de entender las cosas. Cada espectador sacará sus conclusiones.  Germán A. Serain

Esa iglesia llena de enemigos armados hasta los dientes

Contenidos del Teatro Nacional Cervantes / Cervantes On Line

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