Amarga Marietta – Actúan: Irene Almus, Anahí Gadda, Tony Lestingi, Claudio Martínez Bel, Marcelo Mazzarello, Juan Andrés Romanazzi – Música: Florencia Albarracín – Iluminación: Agnese Luzupone – Vestuario: Alejandro Mateo – Escenografía: Carlos Di Pasquo – Dramaturgia: Patricia Suárez – Dirección: Sandra Franzen
Sí, ya sabemos que la palabra no existe. «Empoderades» no aparece y quizás no aparezca nunca en el diccionario. Pero pretende ser una manera de generar cierta ambigüedad en el decir. Tal vez luego de que se vea la obra se entienda, o quizás no. Lo cierto es que en todos los matrimonios se cuecen habas. También en las parejas que no pasan por el registro, aunque puntualmente ésta al parecer sí ha pasado. Entre el Rubino y la Marietta la cosa está que arde. Y es porque abundan los golpes y los maltratos. Pero que nadie se asombre si resulta que en esta historia el golpeado es el marido. Y esto lo explica en parte el hecho de que la esposa se ha convertido en tal a la fuerza, muy a pesar suyo, y al esposo no lo quiere.
Los padres de Rubino están desesperados. Por lo menos el padre, ya que la madre, por culpa de un viejo dolor de muelas o de la triste costumbre de someterse a tradiciones patriarcales de extensa data, no dirá una palabra en toda la obra. Los preocupa la idea de que la Marietta lo termine matando al hijo. Pero también la vergüenza: imagínese, el hijo varón sometido a puro golpe y rebencazo por su flamante mujer, dónde se ha visto.
No es nuestra intención caer en un espóiler. O en un destripe, como le dicen en otras latitudes a eso de andar avanzando contenidos de la trama. Diremos nada más que la Marietta andaba enamorada de otro hombre. De uno que al parecer a ella no la quería; o tal vez sí, pero no tanto. Y que se vio obligada a casarse con éste, con el Rubino, por una cuestión de intereses familiares. De todos modos el otro ya no está más, porque se murió al caer feo de un caballo medio salvaje. Esas cosas que a veces pasan.
Detengámonos ahora a señalar ciertos asuntos. Como que el tono de comedia tal vez nos engañe un poco, porque detrás de la risa se tejen oscuridades. Digamos, sin ir más lejos, que si la cosa fuese al revés, si hubiese sido el marido el que le pegase a su mujer, hasta molerla a palos, la comedia ya no sería posible. Sería políticamente incorrecto. ¿Por qué puede en cambio pasar por comedia la relación así planteada? Quizás porque, así como está propuesto, el argumento parece lindar con el absurdo. Mientras que la situación contraria, incluso siendo brutal, ya no entraría en dicho terreno. Lo cual equivale a decir que aparecería naturalizada. Quizás valga la pena dejarlo aquí, para que cada quien pueda pensarlo luego por su cuenta.
Hay un par de personajes más: está el padre de ella, un tipo de campo primitivo, pero pragmático. Hay también un tío comunista, de buenas intenciones. Quizás sea también asimilable a un personaje ese árbol que chilló, mientras le pegaban hachazos, porque no era su deseo convertirse en una cama. Y en especial hay también una perra salvaje, que solamente se muestra mansa con quien sepa manejarla. Esta perra -y no parece casualidad- será un reflejo de la propia Marietta.
Y entonces sí, el eje de la obra tiene que ver con el ejercicio del poder y los empoderamientos. O lo que es lo mismo: con las resistencias. Con los límites del amor y del deseo. Incluso de las simples ganas. Detrás del tono de comedia y el rico juego con los arquetipos, hay en esta breve obra de Patricia Suárez, dirigida por Sandra Franzen, materia de sobra para la reflexión y el debate. Y hay también un final con un giro inesperado, que nos plantea el dilema de quiénes son en definitiva los justos y quiénes los otros. Y siempre es bueno que nos recuerden que a menudo no hay blancos ni negros, sino siempre tonos intermedios. Germán A. Serain
Contenidos del Teatro Nacional Cervantes / Cervantes On Line
Página Web del Teatro Nacional Cervantes
Obras de Patricia Suárez en este Portal
Comentarios