EINSTEIN ON THE BEACH, hipnótica y sugerente

Sin embargo, la primera obra que dio a Glass un reconocimiento internacional fue Einstein on the beach, la primera de sus tres óperas “retrato”, que continuó con Satyagraha en 1980 y -tres años más tarde- Akhnaten. Esta ópera originalísima y vanguardista, que creó en colaboración con el director Robert Wilson en 1976, se compone de un conjunto amplificado y un pequeño coro que canta un texto con números y sílabas de solfeo (corridas, escalas, etcétera, que se cantan a la misma sílaba o sílabas). Einstein on the beach desafía las convenciones operísticas establecidas, reconfigurando conscientemente los elementos clásicos del género. Aunque el mismo Glass se muestra reacio a enmarcar su estilo dentro del minimalismo, se autodefine como un compositor que se basa en estructuras repetitivas, una característica distintiva en sus creaciones.

La función estaba anunciada a las 20, pero quienes entramos diez minutos antes observamos que en el escenario ya había tres intérpretes. Con música grabada de fondo, decían frases inconexas en inglés: “it could be a balloon… these workers… the railroad…” en forma repetitiva y también tartamudeando, tal como las notas de la música de Philip Glass. A la hora señalada subió el director Léo Warynski, se apagaron las luces y se encendieron sobretítulos que traducían esos textos. Con la aparición de bellas maquetas de una gran ciudad se escuchó al coro. Y los intérpretes decían ahora números sueltos, en gradual aceleración, como una letanía siempre repetitiva.

La ciudad de la maqueta parecía cobrar vida, tal como su iluminación, mientras en una gran pantalla aparecían los supuestos trabajadores y el ferrocarril, entre imágenes expresionistas, alguno de los hermanos Marx, films policiales, pasando del color al blanco y negro, y sorprendiendo con el cartel de la estación La Paternal mezclada con momentos de The great train robbery. La locura musical y los textos iban in crescendo. Alguien hablaba de círculos y locos Eddie, con la música orquestal amplificada.

Llega un adagio, que brinda un respiro, con la colocación de curiosos andamios en escena. Se menciona, siempre disparatadamente, a un tal Mr. Bojangles que is now in session, o que “esto ha sido siendo muy americano, así que esto podría ser como nosotroooooos…”. También se dice: “si usted sabe que era un violín en ciernes, entonces conteste el teléfono… es es es es es es así”. No solo las palabras se repiten, la música deviene hipnótica y por momentos adormece, gratamente. 

El director Martín Bauer incorpora el edificio a la puesta en escena. Desde el escenario, potentes reflectores iluminan a giorno la cúpula del teatro; las figuras de Raúl Soldi se ven como nunca. Alguien afirma, en castellano, que todos los hombres son iguales, y se pregunta qué pasa con todas las mujeres, para arengar reclamando: “Basta de machos, matriarcado infinito”…

Ha pasado más de una hora cuando desde el foso de la orquesta surge un violinista: Daniel Robuschi interpreta brillante y en forma solista la partitura de Glass. Se enciende un gran cartel luminoso que dice EINSTEIN. Las palabras continúan la alienación y la extravagancia: “Si está cansado de usar anteojos, vaya al Centro Afónico de New York”. De repente, enfundados en trajes de baño enterizos de colores negro y rojo, aparecen 9 bailarines que interpretan una atrapante coreografía que es un espectáculo en sí mismo, siempre al compás de cambiantes y a la vez minimalistas momentos que obedecen al genio del compositor. Subrepticiamente es contenida por el brillante coro y las estáticas imágenes se modifican.

Algunos espectadores se levantan de sus butacas. Estamos por llegar a dos horas ininterrumpidas y, claro, tendrán ciertas necesidades. Algunos vuelven, no muchos. Los intérpretes cantan La, Si, Do, Si, La, Fa… y, por supuesto, es un canto que se repite, aun con sutiles variantes. Se mezclan otra vez los films con la realidad escénica, pero ahora la cosa es en vivo, como si fuera una transmisión a través de una plataforma que llega a la pantalla en forma de viejo film en blanco y negro. Es un hallazgo. El tren avanza y se funde con otro de ferromodelismo, en escala, como una paráfrasis, repetitiva siempre, aun fascinante. 

Aparece Einstein hablando… ¿será su voz? Luego llega Carla Filipcic-Holm, la soprano coloca su atril y comienza una vocalise preciosa, cuyas notas repite y se disfrutan. Apenas termina va un monólogo… es el relato final, bellamente largo… Se han cumplido 3 horas y media, sin intervalos. Martín Bauer ha reflejado dignamente cada momento en su puesta, aunque quizás le faltó más locura, acorde con la música.

En las primeras representaciones de Einstein on the beach, Philip Glass solía contar que cuando alguien del público se quedaba hasta el final de la obra, le invitaban a cenar. ¿Cuántos comensales hubieran aceptado hoy? No lo sé, pero en Edelweiss no hubieran entrado. Martin Wullich