EL REINO, relato inconsistente

Demasiados lugares comunes y ocho episodios desperdiciados

El Reino (Serie TV –  Argentina 2021 – Netflix) – RepartoDiego Peretti, Chino Darín, Mercedes Morán, Nancy Dupláa, Joaquín Furriel, Peter Lanzani, Vera Spinetta, Nicolás García, Victoria Almeida, Alfonso Tort, Patricio Aramburu, Sofía Gala Castiglione, Santiago Korovsky, Alejandro Awada, Daniel Fanego, Ana Celentano, Daniel KuznieckaFotografía: Cristian Cottet – MúsicaNicolás Cotton –  Guión y Dirección: Claudia Piñeiro, Marcelo Piñeyro

El reino es una serie de Claudia Piñeiro y Marcelo Piñeyro que se emite por Netflix. En el seno de una iglesia supuestamente evangélica —aunque recuerda más a la dudosa “Pare de sufrir”— Emilio Vázquez Peña (Diego Peretti) es manejado por su jezabélica esposa Elena (Mercedes Morán), y por un inescrupuloso operador político (Joaquín Furriel). De rigurosa falda, Elena manipula a los de su casa; como el rey Acab, Emilio es quien es gracias a ella. Pablo (Patricio Aramburu) es el hijo mimado de dudosa sexualidad que, pese a sus canas, obedece ciegamente a la madre. Elena es cómplice de los sucios manejos de su iglesia, humilla a su hija, Magdalena (Victoria Almeida), y arriesga el honor de Ana (Vera Spinetta), su otra hija, pareja de Julio (Chino Darín), este último con un terrible pasado de drogas y cárcel.

La iglesia del matrimonio pastoral maneja un hogar de niños, a cargo de Tadeo (Peter Lanzani) y Remigio (Nico García). Esto despeja el camino para la pedofilia. Los Vázquez Peña no se achican, y Emilio es puesto como compañero de fórmula del exitoso político y empresario Armando Badajoz (Daniel Kuzniecka), asesinado por Remigio en el acto de presentación de la fórmula. Se dispara la investigación penal y el problema de la candidatura.

Los detalles de la trama de Claudia Piñeiro y Marcelo Piñeyro no aportan novedad: la ficción se ha nutrido del tema de los líderes religiosos de ambición insaciable de cualquier denominación; el tema del abuso de menores, de las alianzas non-sanctas entre políticos y religiosos, de las esposas sumisas para los de afuera, manipuladoras puertas adentro.

Además del personaje de Peretti (imposible no asociar sus movimientos en el púlpito con los de Dante Gebel, hermano de Diego Gebel, también pastor, fallecido), el papel de Furriel es de lo mejor de la serie; parece que los roles de villano siempre enganchan a la audiencia. Sin embargo, algunas cosas no cierran. El tartamudo Tadeo guía, cual Moisés, a algunos niños del hogar a su libertad, lejos de las garras de Emilio. Para esto, Tadeo roba a sus líderes y consigue pasaportes para escapar… a Bolivia; país donde cualquier argentino ingresa enseñando su DNI. Ana, se sabe desde el inicio, lleva en su vientre el fruto de su amor con Julio. Pero, salvo en una ocasión, no se vuelve a hacer demasiada referencia a esto en el resto de la serie. Tampoco queda claro si Julio pudo vencer sus adicciones, ni cómo.

Pareciera que el apellido de la fiscal jugara con el adjetivo “cándida”. Insoportablemente ingenua, Candia nos hace pensar que Nancy Dupláa no ha cambiado mucho desde la Clara Guerrico de Padre Coraje de hace dos décadas. Un caso de lugar común es el fiel secretario de la fiscal, Ramiro (Santiago Korovsky), cuya agudeza y discernimiento superan a los de su jefa, quien parece no entender la inconveniencia de usar zapatos taco aguja para un procedimiento, o de vestir un saco rojo furioso para entrevistar a un imputado en la cárcel. Igualmente ingenuo es el marido de la fiscal (Diego Gentile), que contra toda lógica ética proyecta una mansión en Cariló nada menos que para el procurador (Alejandro Awada).

La candidatura presidencial de Emilio era algo cantado desde el vamos. Sin embargo, los casi homónimos autores tardaron ocho episodios en resolver la cuestión, evidente “anzuelo” para la segunda temporada. La serie pone de manifiesto temas sensibles como el abuso de menores, el poder que corrompe y el fariseísmo religioso. Pero carece de coherencia en varios aspectos. La “iglesia” de los Vázquez Peña tiene poco que ver con la generalidad de las iglesias evangélicas (y católicas), que sin recaudar enormes sumas están al lado de los necesitados, con o sin pandemia. La fiscal Candia se escandaliza —con justa razón— por el abuso de menores; recordemos, sin embargo, la defensa que tanto Dupláa como Piñeiro hicieron de la despenalización del aborto, un hecho que, mal que les pese a muchos, es la privación de vida de un ser indefenso.

Los primeros segundos de la serie muestran como epígrafe una cita de Antonio Gramsci, filósofo marxista y, claro, ateo; ¿no hubiera sido más acorde citar Proverbios 6:16-19? El perturbador soliloquio de Emilio sobre su “amor” por el “Pescado” (Uriel Díaz) recuerda la apología de la pedofilia hecha en una charla TED hace algunos años. Por último, resulta inverosímil que se esconda semejante cantidad de dinero dentro de las paredes del salón de un templo, cerca de los asientos de los fieles. Además, ¿en qué congregación de nuestro país los fieles dan como ofrenda semejante cantidad de billetes dólar? No es creíble.

El sector evangélico ha reaccionado por el supuesto ataque que la serie realiza sobre su iglesia. Cual efecto Streisand, es posible que muchos vieran la serie por curiosidad más que por interés en los temas que pretende exponer. El reino deja mucho que desear; para quienes conocemos el mundo evangélico de cerca, sobrevuela la sensación de que los autores no se han tomado la molestia de investigar la dinámica de este tipo de instituciones y que quizás hayan obrado movidos por alguna agenda, aunque se trate de una ficción, como Claudia Piñeiro ha resaltado públicamente. Por otro lado, lo que molesta no es que se exponga la corrupción de una entidad religiosa, sino que quiera poner a los evangélicos en la misma bolsa, como si todos fueran tontas ovejas de pañuelo celeste que creen a pie juntillas a predicadores hipócritas. Viviana Aubele

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