El reino II – Elenco: Diego Peretti, Peter Lanzani, Mercedes Morán, Joaquín Furriel, Chino Darín, Nancy Dupláa, Vera Spinetta, Sofía Gala Castiglione, Victoria Almeida, Alfonso Tort, Patricio Aramburu, Nicolás García Hume, Santiago Korovsky, Diego Velázquez, Julieta Cardinali, Mariana Di Girolamo, Maite Lanata, Agustín Aristarán, Juan Ingaramo, Florencia Raggi, Héctor Bidonde – Guion: Marcelo Piñeyro, Claudia Piñeiro – Dirección: Marcelo Piñeyro, Miguel Cohan – Distribuye: Netflix
Nada peor que hacer algo “a los ponchazos”, porque las probabilidades de que salga mal son altas. Se corre el riesgo de que se cumpla el viejo adagio: segundas partes nunca fueron buenas. Esta es la sensación luego de ver El Reino II, la segunda temporada de la miniserie creada por el tándem Marcelo Piñeyro – Claudia Piñeiro para Netflix; secuela que es coherente pero no con una línea argumental, sino con lo desprolijo de la primera temporada (reseñada en este portal).
Si los ocho episodios de la primera temporada dejaron más cabos sueltos que otra cosa, los seis de la segunda (anunciada con bombos y platillos como la final) dejan al espectador con un desconcierto más grande que la cantidad de dólares escondidos en la ficticia Iglesia de la Luz. Y no es que no sea lícito que una obra de ficción deje alguna puerta abierta para hacernos pensar. Es que la suma de sinsentidos en esta temporada es directamente proporcional al grado de corrupción de esta “Iglesia”.
El panorama para el pastor Emilio Vázquez Peña (Diego Peretti), ahora presidente de los argentinos, no es nada alentador. Al malestar imperante entre sus gobernados, disconformes con las medidas de su gobierno, se le suman los problemas familiares. Ana Vázquez Peña (Vera Spinetta) y su pareja, Julio Clamens (Chino Darín), se han alejado del jezabélico matrimonio pastoral. Cual cisma post-protestante, Magdalena (Victoria Almeida) y Oscar (Alfonso Tort) han montado un exitoso templo lejos de su congregación de base, y son la envidia no solo de la manipuladora pastora y primera dama Elena (Mercedes Morán), sino de su también manipuladora y codiciosa nuera, Celeste (Sofía Gala Castiglione) y su marido Pablo (Patricio Aramburu), manipulable hijo pastoral que no termina de decidirse a salir del armario.
Para traer un poco de orden, el pastor cede a la tentación de pactar con el diablo encarnado en una logia secreta que conforman altos mandos de la policía y de las fuerzas armadas. Este grupo paramilitar está comandado por Daniel Botardi (Diego Velázquez), ex uniformado que funge de chofer y virtual edecán presidencial, como para disimular. La asociación con la Triple A y José López Rega es inmediata. Pero el verdadero poder parece estar dividido entre los manejos turbios de Rubén Osorio (Joaquín Furriel), en las sombras de la operación política, y las faldas de Elena, en las sombras de su corrupta iglesia y su hogar deshecho. Mientras tanto, Tadeo Vázquez (Peter Lanzani), devenido en ícono de la lucha social pese a su poco carisma, deambula por el norte del país en un micro transformado en casa rodante con los muchachos rescatados del Hogar de la Luz y que fueron víctimas del abuso sexual del pastor.
Las derivaciones de la trama son varias, las líneas a donde apunta la historia se pierden en la nada misma, y no hay un cierre coherente. Por más que se trate de un trabajo de ficción, en El Reino II ni la construcción de los personajes ni algunas cuestiones de la trama son creíbles; falta una buena cuota de verdad. Más allá del final poco feliz (en más de un sentido), los cabos no terminan de unirse. Nada, excepto la previsible caída de Vázquez Peña, tiene un cierre, y todo parece un cóctel desordenado de personajes, escenas, acciones y subtramas. Lo más lamentable es que el personaje de Furriel, que hasta el anteúltimo episodio era lo único digno y rescatable, termina arrastrado por una vorágine de sinsentidos. El hasta entonces inconmovible hombre fuerte de la agrupación política de Vázquez Peña termina fagocitado por la locura; nada en esos capítulos indica que un personaje como Osorio terminaría, así como por arte de magia, perdiendo la razón, con visiones del supuesto fantasma de Remigio (Nicolás García). Un personaje que encarna la oscuridad misma durante doce episodios termina aguándose en los últimos dos.
En general, la segunda temporada de Netflix no ha mejorado ni repuntado en relación con la primera, sino que consiste en un lujurioso desperdicio de actores y de actuaciones. Héctor Bidonde, un tremendo actor, aparece en un solo episodio en un deslucido papel terciario, porque ni siquiera puede considerarse secundario. La también deslucida e insufrible Roberta Candia (Nancy Dupláa) cae en un previsible romance con su ex secretario, Ramiro (Santiago Korovsky). Lugares comunes como estos parecen ser el mejor recurso al que los guionistas echan mano.
La dirección no acierta en orientar a Peretti, Morán y compañía para interpretar a miembros de la comunidad evangélica de modo que se parezcan más a eso que a una parodia digna de South Park o de Los Simpson. Suponiendo que la ficticia Iglesia de la Luz represente a los evangélicos (cosa que es muy debatible), los discursos acartonados, fingidos y plagados de versículos bíblicos no tienen nada que ver con los que se escuchan en la vida real dentro de una iglesia evangélica, y en este sentido la falla está en el poco o nulo trabajo de investigación de guionistas y actores sobre las dinámicas en juego en ese tipo de comunidades. Hay inverosímiles milagros de parte de “Amor” (el misterioso joven que obsesiona a Vázquez Peña) que, al final de cuentas, no surten efecto para salvar a Tadeo. Tampoco faltan las bajadas de línea “progre”, como el insoportable y excluyente lenguaje “inclusivo” utilizado en el mismísimo primer capítulo por los militantes del centro de estudiantes de la institución donde Julio Clamens es docente.
En la reseña de la primera temporada de Netflix habíamos comentado que aquel engendro era un verdadero desperdicio, y esta segunda temporada no ha hecho más que confirmarlo. Mucho ruido, nada de nueces. El Reino II sigue derrapando por más que intente disimularlo, y quien se embarca en la odisea de seguir los seis episodios completos terminará más desconcertado que el matrimonio protagónico. Viviana Aubele
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