ROBERTO CANCRINI, atado a todo

El artista plástico sobresale con su muestra en Galería Van Riel

Gran parte de esta obra, si no toda, fue hecha transitando la frecuente relectura de Canción de viejo, un libro esencial de poemas de Hugo Padeletti, maestro y amigo, hoy amigo y maestro, que sin duda debía estar presente en esta edición. No se trata de ilustración ni de homenaje, sólo de agradecimiento en la atrevida inclusión de algunos poemas, de frases aisladas, y hasta el plagio incierto en ciertos títulos, por el inmenso placer de su compañía. Roberto Cancrini

Texturas/Ataduras

Gestos simples –abollar, plegar, enrollar, rasgar– contrastan con otros más complejos como cortar, refilar, envolver, forrar, encuadrar, enmarcar. Todos ellos forman parte de las acciones realizadas por Roberto Cancrini en cada uno de sus collages. Todos ellos son responsables de la contenida tensión que habita en cada pieza. En el centro, un papel negro, abollado con sumo cuidado, está levemente suspendido. Un hilo grueso de dos tonos, en torsión, sostiene ese bollo y lo aplasta con suavidad, sujetándolo a la vez sobre una superficie lisa, del mismo color, pero con otra calidad. El papel ligero, satinado, contrasta con el material del soporte, más grueso y de una opacidad áspera que, a su vez, descansa sobre un liencillo crudo, planchado, que reviste otro cartón de bordes rectos pero irregulares. Papeles ligeros, cartones, liencillos, hilos y sogas de diferentes grosores, artífices de diversas texturas, aparecen como los primeros motivos de cada obra; los contrastes de texturas y de formas dan sentido a estos materiales simples. El rapto de un gesto violento está condensado en cada bollo de papel, en tanto la serenidad que prosigue a la tormenta aparece en cada superficie lisa, serena, sobre la que Cancrini ata con insistencia, rodeando los objetos una y otra vez hasta unirlos para siempre. Pero en estas ataduras y en estos contrapuntos entre materiales y texturas no concluye la operación de contrastes incluida en cada obra. A primera vista, todas se presentan serenas, equilibradas; sin embargo, inquietan.

El aparente equilibrio está quebrado. No hay simetrías, ni centros buscados, sino que, por el contario, lo que se intenta es la inestabilidad, la descompensación. El des-equilibrio se alcanza con la ubicación des-centrada de las partes que se suman para dar forma a cada obra. La in-estabilidad aparece cuando el ojo busca un recuadro regular en el que se inscriban las piezas atadas. La inquietud emerge, entonces, y unos pequeños filos rojos se ocupan, en algunas obras, de subrayarla. El rojo reaparece y se suma el blanco. Ambos son los colores que surcan las pinturas. Con líneas filosas e irregulares a la vez, la superficie de los acrílicos de Cancrini aparece también atada. Pero estas ataduras que no son de hilos ni de sogas sino de rasguños, adquieren un carácter más grave, menos lúdico que en los collages. La materialidad expuesta de los collages, la calidez del algodón o la rusticidad del yute ofrecen en cada atadura cierta proximidad cotidiana, en tanto la manera en que las líneas controladas de chorreados atraviesan las capas de veladuras superpuestas da un tono severo a las pinturas. La ortogonalidad de la lógica torresgarciana se intuye en cada obra, pero es en las pinturas donde ésta resulta evidente. Un ritmo en el que resuena la proporción áurea organiza cada pieza y, a la vez, las enlaza dentro de aquella sólida tradición del Río de la Plata, la de Joaquín Torres García. Las enseñanzas del autor de Universalismo constructivo se asientan seguramente en el taller de Adolfo Nigro. El placer por el trabajo con materiales diversos, por la experimentación y el juego con diferentes texturas lo emparenta también con él y con Hugo Padeletti, otro de sus referentes.

Pero es la austeridad de los materiales y la insistencia por alcanzar la variedad a través de sutiles cambios e inflexiones uno de los rasgos que señalan la identidad del trabajo de este artista. Su exploración está dedicada a observar matices en las cercanías, las tenues fronteras entre colores iguales sobre materiales diversos, la leve modulación de un corte irregular o del contraste entre el gesto impulsivo de un bollo o un brochazo y el premeditado de un corte preciso o de una pincelada fina. Cancrini eligió moverse en un estrecho sendero poblado por una paleta limitada y un grupo de materiales cercanos, parcos, humildes. Por él transitan el azar y la racionalidad, compitiendo palmo a palmo por dominar alguna de las situaciones que se plantean en cada obra. Sin embargo, ninguno de los dos vence: el trabajo de Roberto expone, con infinidad de variaciones, justamente esa tensión entre ambos. Como en el Bolero de Ravel, el placer emerge de la repetición y, por ella, de la posibilidad de reconocimiento que nos ofrece, y a la vez, del cambio sutil que a cada paso, en cada frase, gana presencia y se exhibe señalando siempre la marca del autor. Diana Wechsler

Se exhibió hasta el 22 de junio 2010
Galería Van Riel
Juncal 790 PB – Cap.
(011) 4313-5553

vanriel.com.ar

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