LA CABAÑA, pura escenografía

Decepciona el clásico restaurante, en manos de la cadena Orient Express

Es buena la ubicación, es linda la entrada, impresionan simpáticamente las embalsamadas vacas que te reciben, la calidez del ambiente y la madera que alguna vez fue pisada por la familia que vivió en esa antigua casona. Tres pisos, por escalera o ascensor, algún salón privado y hasta un patio para disfrutar los días de estío conforman lo mejor del lugar, junto al aseado baño. Pero entrar a La Cabaña un viernes de octubre, alrededor de las 14, observar que sólo hay tres mesas ocupadas y que te digan “espere un momento” ya suena poco prometedor. La lógica indica decir cómo no, pase nomás, cual le gusta, elija la que quiera, pero no, ellos tienen que hacerte sentar en un sofá frente a unas revistas como si fueran a preparar algo. Claro que al minuto te dicen que la mesa está lista, aunque ya habíamos visto una veintena de mesas listas.

Éramos tres comensales. Para empezar nos trajeron, a manera de degustación, o amuse bouche –como dicen con mucha precisión los galos-, esto significa en cantidades milimétricas, un paté cuyo gusto no superaba al de lata del supermercado, acompañado por una rica sopita de calabaza y una empanada de choclo frita en dudoso aceite, junto a un tomatito cherry. El pan no estaba caliente, imperdonable en un restaurant de la categoría de La Cabaña. Pedimos como primer plato una provoleta, una ensalada “del campo” y un chorizo bombón. Como segundo, un baby beef, otra ensalada y unos riñones de ternera.

Sólo uno de nosotros tenía ganas de tomar una copa de vino, pero como no lo iba a dejar solo, pedí otra. El mozo insistió que para pedir dos copas, más valía la pena pedir una botella y ofreció uno de Bianchi pues dijo que estaba en precio especial. Quizás el error fue no preguntar el precio, aunque lo cierto es que si uno pide un par de copas, hacerlo saltar a una botella que después costó unos 60 dólares, parecería no haber entendido el deseo del comensal de beber un par de sorbos sin erogar demasiado. Y nosotros, indudablemente, no entendimos lo que significaba “especial”.

Después del reclamo por los ¡50 minutos! de espera, llegaron desordenadamente una provoleta sin mucha gracia, el  baby beef, a punto, los riñones, y el chorizo bombón que resultó puro nombre pues era un bombón de grasa dura. Y las ensaladas, ensaladas y punto. Tomamos dos cafés (ricos, de Nespresso), que vinieron con un bocadillo de dulce de leche.

Mientras pedíamos la cuenta, que resultó lo más suculento del almuerzo, un intenso vaho de olor a hipoclorito de sodio (léase lavandina o lejía) escapábase de la cocina inundando el ambiente y colándose hasta la pituitaria. Preguntado el mozo de qué se trataba, afirmó primero no percibirlo, hasta que poniendo cara de “ahora sí” corrió a la cocina para que detuvieran la limpieza con Ayudín. Y nosotros corrimos dejando el lugar, al que por muy Orient Express que sea, por el momento no pensamos regresar. Martin Wullich

La Cabaña cerró sus puertas en 2011. Se veía venir…
Estaba en Rodríguez Peña 1967, entre Posadas y Alvear – Cap.

Vota esta nota

¡Haz clic en una estrella para puntuarlo!

Promedio de puntuación / 5. Recuento de votos:

Hasta ahora, ¡no hay votos!. Sé el primero en puntuar este contenido.

Deja una respuesta