Weiche, Plácido, weiche…! Entre comentarios vitriólicos y cejas descreídas el rumor se extendía irónico, hasta que se confirmó la noticia bomba: Plácido Domingo dirigirá en Bayreuth, el templo wagneriano de gigantes del podio como Knappertsbusch, Böhm, Krauss, Cluytens, Kempe, Furtwängler, Toscanini, Keilberth, Levine, Barenboim y su admirado Carlos Kleiber.
Para bien o para mal, si Plácido no deja de sorprender, a estas alturas sus desafíos parecen ser sólo consigo mismo o con una carrera mas enfocada en lograr Records Guinnes que logros artísticos. El inmenso tenor de antaño rompe todos los récords, ha superado las 3.900 representaciones, el de las noches inaugurales del Met y -sin serlo- se ha incorporado a las filas de barítonos (con reacciones mixtas por parte de crítica y público). Weiche, Plácido…
Además ha sido el primer español en cantar en Bayreuth. Fue en 1992 como Parsifal, regresó en 1993, 1995 y el verano del 2000 como Siegmund en Die Walküre, dos personajes que se avenían perfectamente a sus medios luciendo una línea de canto única pese a una pronunciación no muy ortodoxa. Vale recordar que, amén de Parsifal y Siegmund, ha cantado con éxito Lohengrin y ha grabado Walter de Meistersingers y los “imposibles” Tannhäuser y Tristan, dos Everest del registro tenoril (tampoco se salvó Siegfried, grabó extractos).
Lo cierto es que Plácido Domingo se dará el gusto con Die Walküre debutando como director de orquesta en el abismo místico, es decir, el profundo foso del teatro tapado a la vista del público y diseñado por el compositor para obtener una sonoridad única. Tenor invicto y barítono cuestionado, Domingo es un director de orquesta competente pero, de ahí al foso que ocasionó problemas a ilustres wagnerianos como Georg Solti, por su ardua coordinación entre escena y orquesta, es harina de otro costal.
A sus confesos 76 años -cuando sus más célebres partenaires contemporáneas han pasado los ochenta casi largos- Domingo parece no tener límites, es cantante, productor, director de teatros y compañías, benefactor, fundador de concursos e infinidad de proyectos y, también, director de orquesta.
Artista versátil, ciudadano del mundo, adicto al éxito, Plácido Domingo es un emporio que deja perplejos y no demasiado felices incluso a quienes más lo admiran. Hay quienes se resignan alegando “es un síntoma de estos tiempos, hasta los intocables ceden a tentaciones antes impensadas”. A este paso tampoco sería extraño que se dedicara a la política… Nunca se sabe. Pruebas abundan. Weiche, Plácido…
Por otra parte, Bayreuth ama la controversia pero no necesita publicidad, conseguir un boleto es un calvario que toma años (para acabar sentando los reales en una butaca de madera en un teatro sin refrigeración durante cuatro horas mínimo) y este será otro golpe mediático de sus flamantes regentes. Para el año que viene, dicho sea de paso, Roberto Alagna cantará Lohengrin mientras que Anna Netrebko ha renunciado a Elsa después de su tibio debut en Dresde.
Los abucheos en el teatro de la verde colina están a la orden del día y, más que para el renglón musical, se reservan en su mayoría para las osadas puestas en escena justificándose en la premisa del compositor “Niños, hagan cosas nuevas”. Nunca se sabe la reacción de los apasionados, imprevisibles y pacientes “wagnerites”…
Se equivocaron los que profetizaban su fin inminente cuando abordó su primer Otello en 1975. Plácido Domingo refutó con el mejor exponente del papel en décadas y lo cantó (bien) durante veinte años. De todos modos, ahora el caso es diferente, aunque él pueda argumentar “Ladran, Sancho señal que cabalgamos” le convendría hacerse eco de la sempiterna Erda y su advertencia al máximo dios del Walhalla que creyóse invencible gracias al anillo maldito: “Weiche,Wotan, weiche…!” (Cede, Wotan, cede!). Sebastian Spreng
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