Rigoletto entero es un gran hit lírico, una sucesión de arias, dúos, coros, que culmina con esa quintaesencia vocal que es Bella figlia de l’amore. Uno va predispuesto a gozar cada cuadro y encuentra notables similitudes con la actualidad en un relato siempre vigente. Decadencia, corrupción, excesos de todo tipo, desenfreno, venganza, misoginia, acoso y amigos del poder se dan cita junto al superlativo amor filial que el bufón del título prodiga a su hija.
La versión, que inició la temporada lírica del Teatro Colón, tuvo una sobria y atractiva puesta en escena diseñada por Jorge Takla, partiendo de la estética escenografía expresionista creada por Nicolás Boni. Una colosal estatua con dramática mirada enfatiza la tragedia y marca la maledizione que se cierne sobre Rigoletto.
Las columnas quebradas, la fiesta con escenas lascivas y la exhibición de la hija de Monterone desnuda y enjaulada son signos de desmoronamiento en la corte de Mantua. Fue notable y subyugante la recreación de la tormenta, el mar y la playa en el último acto, como negro presagio de lo que habrá de ocurrir, con sutil diseño de video de Matías Otálora.
El tenor bielorruso Pavel Valuzhin, como el Duque de Mantua, fue muy desparejo. Su caudal, de interesante tonalidad, evidenció momentos intensos pero también indefinidos y débiles, a veces afectado en los finales.
La soprano rusa Ekaterina Siurina corporizó una buena Gilda, con un registro diáfano y convincente en los pianissimi -tal como en Caro Nome– aunque extrañamos algo más de coloratura. Su momento de brillo vocal y actoral lo demostró en el dúo que cierra el segundo acto (ver video).
El barítono Fabián Veloz realizó un estupendo trabajo en ese exigente tour de force que implica el arduo papel de Rigoletto. Su timbre acorde y su poderoso volumen fueron muy importantes para la interpretación del trastornado bufón. Mantuvo su personaje sin fisuras de principio a fin y aportó mejor calidad actoral en los momentos airados (Si, vendetta…) que en los funestos, como cuando descubre el cuerpo de su amada hija.
Llamativa, simpática y voluptuosa fue la Maddalena recreada por Guadalupe Barrientos. La mezzosoprano corporizó con gracia y emitió con el encanto y la picardía que el personaje requiere. En el papel del asesino Sparafucile, George Andguladze adoleció del dramatismo vocal y la oscuridad actoral que debe tener el personaje.
Ricardo Seguel logró un Monterone convincente y con fuerza dramática, así como el armónico Marullo de Christian Peregrino. En papeles menores, Gabriel Centeno, Sergio Wamba, Alejandra Malvino, Mariana Rewerski, Sebastián Sorarrain y Ana Sampedro completaron el consistente elenco.
El vestuario diseñado por Jesús Ruiz se vio muy atractivo y colorido, tanto en lo militar como en lo cortesano, así como monocromático en las escenas sobrecogedoras. La iluminación de José Luis Fiorruccio acompañó, quizá con demasiado contraste.
Maurizio Benini condujo a la Orquesta Estable con el preciso lirismo marcado por Verdi, luciendo exquisitas armonías y volumen proporcionado. El Coro Estable, con dirección de Miguel Martínez encantó con sus voces e intenciones acordes al tremendo relato. La coreografía de Alejandro Cervera alcanzó también a los figurantes que en la fiesta inicial brindaron elegancia y lujuria por partes iguales. Martin Wullich
Fue el 12 de marzo de 2019
Teatro Colón
Libertad 621 – Cap.
(011) 4378-7100
teatrocolon.org.ar
Giuseppe Verdi
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