RAQUEL WULLICH, arte verdadero

Reflexión sobre la muestra retrospectiva expuesta en el Bar Histórico del Claridge Hotel

Tomar contacto con esta artista exquisita provoca en el espectador un despliegue de emociones intensas. Y digo despliegue porque el sentimiento inicial continúa actuando en el tiempo, se sigue abriendo en un renovado ramillete de sensaciones, día a día. Desde la fuerza subyugante de lo bello, un dolor, una pregunta, inquietudes, ecos imprevistos… te hacen asomar a la familiaridad de lo cotidiano con lo eterno. Lo verdadero en Raquel Wullich proviene de una verdad que, desde “su verdad”, se completa en “tu verdad” y en la “verdad” de esa señora desconocida que mira absorta el mismo cuadro, haciéndote cómplice de una fiesta de intersubjetividades. Con una deliciosa visitante de Alemania nos ponemos a hablar animadamente de evocaciones y sugerencias. De algunas decimos “¡Nada que ver!”, de otras “¡Sí, tenés razón!”, de otras “¿No te parece que?”, “¿No sentís como si…? o, incluso, ante algún comentario oído al pasar, “¿A ese señor no se le habrá subido el rosé?”

Pero hay mucho más. Una visión profunda y perspicaz le permite a Raquel expresar el todo en la parte, dejando libertad infinita para que la sensibilidad del espectador juegue. Así logra la expresión de lo total no en la manera ambiciosa del Gesamtkunstwerk sino más bien, ascéticamente, en la delicadeza de la sugerencia. Ya el primer cuadro nos da una singular bienvenida. Con una propuesta inesperada, te sorprende desde el título el clásico de Castillo y Piana: Volcás como entonces tu clara alegría. Te quedás perplejo… (¿pintura, literatura o música?) por lo inesperado, por lo efectivo, por lo rico de la apertura a infinitas sensaciones, evocaciones, conceptualizaciones, dudas. Desconcertado, buscás la “tinta roja” en una paleta de verdes, que te incita desde un rosa protagónico, aunque pálido, o desde un desteñido ladrillo marginal… ¿Dónde está el buzón carmín? Pero a partir de allí, desde esa nueva perspectiva, quedás instalado en una dimensión superior.

Empezamos a recorrer la muestra de Raquel Wullich. Navegación: viajes… Composición: geometrías suaves, un ojo avizor, labios carnales… Corriente cálida… Ritmos: ¿Aquí, una copa? ¿Allí, una barra de bar, una cama…? Entre bastidores entramos a un bosque, con un huevo vegetal de nervaduras lanceoladas al lado de un serpenteante huevo marino. Magnífico y sutil juego de coincidencias y contrastes. Llegamos a un espacio gris que está más cerca de la luna, al definirnos el lugar del azul. Ebrios de sensaciones, nos estallan infinidad de preguntas, de deseos de más. Recorremos la muestra de nuevo. Se acelera el pulso y levanta vuelo la imaginación… Armonía, equilibrio, exquisita dinámica de formas y colores. Aparecen en el recuerdo las insinuaciones de una polisemia casi caótica por la variedad conceptual, por la inteligencia en el trazo y por la sagacidad de los centros de atracción: una forma, un color, caprichosos, personales, pero siempre armónicos y respetuosos.

Recién, momentos de serenidad, inquietudes, audacia geométrica, sentido del movimiento. Ahora, tintas chinas y sepias. ¿Sumie? Aquí, unos límites conceptuales imprecisos, jugando con la ambigüedad. Hay certeza en la búsqueda, acierto en la composición, incertidumbre en las sensaciones. Mi erotismo insinúa desnudeces y pudores, fisonomías, escenas, dando lugar en lo bello también a lo feo, a lo oscuro, a lo inconsciente. Las telas se abren a la poesía, a la libertad, al dolor, a la elegancia, al amor. De improviso, un puño, una herida de la que mana sangre, aventuras urbanas que llevan a un forzado y provisional reordenamiento. Un hallazgo repentino ¡Luz! Naturaleza, noche y luna. Congelamientos, estratos de tierra y cielo, raíces. Reminiscencias de mosaicos irregulares y geometrías suavizadas. A veces se destaca una amplia melodía, a veces un ritmo, a veces un motivo corto y recurrente, a veces una armonía instantánea. De pronto te das cuenta de que el cuadro está vivo, de que te canta, de que te cuenta una historia de dolor, de compasión, de comprensión, que te inunda de abrazos cálidos y besos sublimados.

Y siempre aparecen nuevas posibilidades, síntesis, redescubrimientos. Ciudades brumosas, aldeas, castillos, calles, libros de cuentos y cuentos de terror. Iglesias, camposantos. La Reina de la Noche apostrofa a don Juan en el cementerio. Calles parisinas, calles porteñas, calles orientales, deconstrucción. Dilución de contornos. Te dan ganas de permanecer en algunos de los cuadros y, de otros, sentís prudente huir. Pero el cementerio se vuelve iglesia y la iglesia, íntima capilla. Recuperás el color y el enigma, volvés a respirar normalmente.

En cada obra intuyo una indecible continuidad dentro de un vértigo de novedades. Raquel Wullich siempre está reinventándose, siempre igual, siempre distinta, siempre niña, siempre nueva, madura, integrando lo cotidiano con lo eterno en su arte verdadero. Infinita nostalgia, infinita esperanza. Esa sustancia ubicua, que al mismo tiempo cambia y permanece, ¿es Raquel o soy yo?  José María Kokubu Munzón

Se exhibió hasta el 31 de mayo de 2011
Bar Histórico del Claridge Hotel
Tucumán 535 – Cap.
claridge.com.ar

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