Que Quartett integre una temporada de ópera podrá ser llamativo, pero no discutible. Si consideramos que la ópera es teatro cantado, está muy bien que forme parte. Eso sí, ha sido compuesta hace muy pocos años y es indudable que los conceptos van cambiando en relación a los siglos pasados. Acá no encontrará un aria, ni una obertura, ni siquiera una melodía recordable, o cantable. Es ópera siglo XXI y como tal tiende más a lo teatral con gran apoyo multimedial y, quizá, efectista. La música parece más dirigida a la búsqueda de climas, y las voces cantan lo que podrían decir hablando, sin rima alguna. La tendencia se ha visto, en este mismo escenario, en Calígula, de Glanert; Réquiem, de Strasnoy; o Bebe Dom, de Perusso.
El enorme atractivo de Quartett está dado justamente por su teatralidad, que no desdeña un par de voces notables. Allí están, durante 80 minutos, cantando sin parar, en un esfuerzo ímprobo, la mezzo Allison Cook y el barítono Robin Adams –únicos protagonistas-, encarnando a la marquesa de Merteuil y al vizconde de Valmont, libertinos personajes escapados de Les liaisons dangereuses (1782) de Choderlos de Laclos, tamizados por el dramaturgo Heiner Müller (Máquina Hamlet) y tomados en préstamo por el compositor Luca Francesconi. En un juego exquisito de teatro dentro del teatro, interpretan también a otros personajes de Laclos, caminan escenarios sin moverse del impactante cubículo diseñado por Alfons Flores, sienten voces y sonidos de otrora y transmiten una sexualidad apabullante con excitante sutileza. Se suman la iluminación de Marco Filibeck y las proyecciones de Franc Aleu, para generar un todo onírico y subyugante que Alex Ollé ha dirigido con precisión cronométrica.
El texto, del mismo Francesconi, pletórico de sexo y violencia, es asimismo fascinante y reflexivo, expresado a veces con humor inteligente, sublime ironía y excelsa poesía, aunque brutal para la sempiterna mojigatería que -tal como el relato- va desde antes de la Revolución Francesa hasta después de la tercera Guerra Mundial: “…tal vez su cuerpo tiene alguna otra entrada oculta, no cubierta por su prohibición. ¿No es una blasfemia reservar esta boca para la ingestión de alimentos, puede esta lengua mover sólo sílabas y materia muerta? Y la áurea cavidad de este espléndido trasero. Qué desperdicio…”. Y casi en el final ella dice: “Para poner fin a este asunto debemos devorarnos uno al otro, antes de que usted quede completamente insípido”. Y él: “Lamento informarle que ya he cenado, Marquesa”.
En esta actualización del concepto operístico tradicional, también hay notas y efectos emitidos desde una consola -que suenan en distintos rincones de la sala-, mientras las voces protagónicas utilizan micrófonos con sutil amplificación. A ellos se suma Brad Lubman marcando a la Orquesta Estable del Teatro Colón, sin batuta y sin frac, reemplazado por una básica remera negra. Algo está cambiando, es obvio, aunque el minimalismo, la síntesis, lo esencial, no siempre son comprensibles para todos. Martin Wullich
Fue el 16 de junio de 2015
Teatro Colón
Libertad 651 – Cap.
(011) 4378-7109
teatrocolon.org.ar
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