NUEVOS OSCURANTISMOS, vuelven los brujos

Del David porno a la fatwa contra Rushdie, los riesgos de la necedad y la intolerancia

Enciende los candiles que los brujos
piensan en volver
a nublarnos el camino…

Cada tanto las noticias nos convencen: la cultura occidental está sufriendo reveses notables. Puede que, como afirmaba José Ortega y Gasset, los ciudadanos de cada época hayan estado convencidos de estar ubicados en la cima de todos los tiempos. Pero un examen objetivo de nuestra contemporaneidad no deja lugar a dudas en cuanto a que nos encontramos en una etapa de franco declive.

Las señales se multiplican. Primero hubo un escándalo por el intento de reescribir los textos de Roald Dahl, para acomodarlos a la corrección política de la época. Ahora es la editorial responsable de los libros de Agatha Christie la que ha decidido alterarlos con el fin de adaptarlos a las nuevas sensibilidades. Con este propósito se convocó una comisión de lectores sensibles (sic), para que evaluase la modificación o eliminación de referencias étnicas o descripciones físicas que pudieran ofender a parte del público. La llamada generación de cristal… ¿Sensibles o imbéciles? Es difícil decirlo. Aunque quizá no lo sea tanto.

Veamos algunos ejemplos de lo que ha decidido hacer esta comisión: se eliminan las referencias étnicas, omitiéndose toda descripción de personajes negros, judíos, orientales o gitanos. El título del libro Diez negritos pasa a ser, según el país de edición, Eran diez o, alternativamente, Y no quedó ninguno. Por supuesto, no se trata solo del título: toda la novela ha sido modificada bajo los mismos criterios. La Isla del Negro se convierte, por ejemplo, en la Isla del Soldado.

Esto recuerda el juego literario que llevó a cabo hacia fines de los noventa el estadounidense James Finn Garner con sus Cuentos infantiles políticamente correctos, que vendieron millones de ejemplares en todo el mundo (al final hallará enlaces a dos de esos cuentos). Su reescritura de los clásicos fue muy ingeniosa y ácida. Los enanitos de Blancanieves son descriptos como “siete hombres barbudos verticalmente limitados”. En Caperucita Roja se aclara que la “persona de corta edad” protagonista del cuento lleva una cesta con alimentos a casa de su abuela, “pero no porque lo considere una labor propia de mujeres, sino porque ello representa un acto generoso que contribuye a afianzar la sensación de comunidad”. Y nada de La Bella Durmiente: el nuevo título fue La persona durmiente de belleza superior a la media.

Pero lo de Garner era una ironía. En tanto, la generación de cristal hace estas cosas en serio, y las lleva al extremo del absurdo. Por ejemplo, tenemos el reciente caso de Hope Carrasquilla, la profesora de un colegio de Florida, Estados Unidos, que fue despedida por enseñar a sus alumnos de 11 y 12 años imágenes del David de Miguel Angel, quizás la más célebre escultura renacentista. El motivo: algunos padres la denunciaron aduciendo que eso equivalía a mostrarles a sus hijos pornografía. Además del David, la lección incluía otras obras como la Creación de Adán o el Nacimiento de Venus de Botticelli. No parece ser un argumento a favor de esos padres.

En Florencia, la alcaldía otorgó un reconocimiento a la docente del escándalo. Pero en Florida, un representante escolar se ocupó de dejar en claro que la exhibición de aquellas imágenes, sin el consentimiento de los padres, daba lugar a una denuncia por exhibición obscena. Curiosa moral la del estadounidense medio: le preocupa la desnudez, pero defiende contra viento y marea la libre portación de armas. En la misma semana en que los genitales del David generaban un escándalo, en una escuela de Nashville alguien asesinó a seis personas, entre ellas tres niños, con un arma de asalto. Pero un pene de mármol es más preocupante que un fusil automático.

También por aquí suceden cosas. Quedó en la memoria popular lo ocurrido en 1984 en el Teatro San Martín: ese año se estrenó Galileo Galilei de Bertolt Brecht, con su parábola de la razón imponiéndose a la oscuridad. También se presentó Misterio bufo del italiano Dario Fo. Hubo amenazas de muerte, bombas lacrimógenas en plena función, manifestaciones, pintadas, destrozos, reclamos de censura. Veinticuatro años después, una muestra de León Ferrari en el Centro Cultural Recoleta volvió a movilizar a los sectores más reaccionarios del catolicismo local. Así y todo, estos eventos parecían ser cosa del pasado.

Sin embargo, una reciente muestra artística organizada por la Universidad Nacional de Cuyo fue atacada hace apenas unos días por aquellos mismos fanáticos, por aquellos mismos oscurantistas que aún pretenden imponer su punto de vista sobre el mundo a través de la anulación del otro. Una obra de la artista plástica Cristina Pérez, creada hacía veinte años, fue destrozada, entre rezos en latín y barbáricos gritos de “Viva Cristo Rey”. El título de la obra: El velorio de la cruz. Ahora es un montón de añicos. 

La artista destacó la miopía de quienes se ofendieron por su creación, que solo pudieron ver allí una mujer desnuda con la postura de Jesús crucificado. No se trataba de eso. Desde una cosmovisión andina, la obra pretendía reflejar una mezcla de creencias y culturas sobre la mujer, vinculada a la tierra y la fecundidad. Esa cruz, rematada en una máscara mortuoria de vaca, estaba inspirada en rituales tradicionales andinos, así como en santuarios populares argentinos. Hubo otras artistas afectadas: siete de las veinte obras exhibidas fueron destruidas. Pero también se destruyeron otras cosas: la convivencia, la reflexión, la tolerancia.

Esto sucede en la misma época en que otros fanatismos religiosos casi se cobran la vida del escritor británico Salman Rusdhie, condenado a muerte desde 1989, tras la publicación de su libro Los versos satánicos. La fatwa aún vigente contra Rushdie no solo apunta al autor, sino también a todos los involucrados en la traducción, edición o distribución de su libro. “Sepa el orgulloso pueblo musulmán del mundo que el autor del libro —contrario al islam, el Profeta y el Corán— y todos los que hayan participado en su publicación conociendo su contenido están condenados a muerte. Pido a todos los musulmanes que los ejecuten allí donde los encuentren”, dice la infame condena. En agosto de 2022, más de tres décadas después, un joven sicario de 24 años apuñaló al autor, causándole heridas graves.

Alguien escribía hace poco, aludiendo al título de la famosa novela de Ray Bradbury, que el Fahrenheit moderno no es la hoguera, sino la ultracorrección y la autocensura. En realidad, parecen ser dos caras de una misma moneda. Podemos consolarnos pensando que la fatwa contra Rushdie no forma parte de la cultura occidental. Pero el oscurantismo es esencialmente lo mismo en cualquier lugar del mundo. Ese es el riesgo: naturalizar estos gestos y pensar que no son algo grave. Porque estamos en ese preciso lugar que presagiaba aquella canción de Charly García, escrita en uno de los tiempos más oscuros de la historia de nuestro país: Enciende los candiles que los brujos piensan en volver a nublarnos el camino…  Germán A. Serain

Caperucita Roja en versión políticamente correcta
Blancanieves en versión políticamente correcta

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