Podría decirse que fueron dos presentaciones diferentes, combinadas en una. El particular tono del concierto fue marcado, antes de comenzar, cuando la voz de Marcos Mundstock pidió, en una clave de humor típica de Les Luthiers, que se silenciaran los teléfonos celulares, que no se sacaran fotos y que si la gente decidía retirarse durante los bises lo hiciera discretamente (por cierto, quien esto escribe nunca comprendió que quien pagó una entrada para ver un espectáculo de su gusto no tenga la cortesía de apreciar ese adicional que el artista ofrece luego de concluido el programa). Luego ingresaron los integrantes de la Camerata Ducale di Vercelli, y desde el fondo de la sala tuvo lugar un segundo golpe de efecto: un solo de violín marcó la entrada del primer protagonista de la noche, Guido Rimonda, quien recorrió el pasillo central tocando la bella melodía de la primera obra anunciada: la Danza de los espíritus bienaventurados de Christoph Willibald Gluck.
Rimonda, violinista y director del ensamble, se ocupó de dejar bien claro que posee una técnica admirable a la hora de ejecutar su instrumento. Para esto fue un vehículo ideal la conocida sonata El trino del diablo de Giuseppe Tartini, famosa por su dificultad técnica y por su historia: el compositor contaba que había soñado con el diablo, y que en ese sueño Lucifer tocaba con su violín una obra de enorme complejidad, que Tartini intentó transcribir de memoria al momento de despertar. Trascartón seguiría Le Streghe, de Niccolò Paganini, y luego, como bis, las variaciones Paganiniana, de Nathan Milstein, ambas obras harto exigentes y destinadas a poner de relieve las capacidades virtuosas del intérprete, aunque musicalmente no tengan gran interés. Sin embargo, así como ocurría con el público que adoraba al propio Paganini, también en este caso los malabares resultaron efectivos y los asistentes aplaudieron rabiosamente.
En la segunda parte del concierto, el protagonismo quedó en manos del joven pianista argentino Horacio Lavandera, sin dudas también un intérprete prodigioso, aunque en este caso el virtuosismo supo tomar respetuosa distancia de la jactancia. El programa invitaba por demás a ello: primero sonó la hermosa Sonata alla Turca de Wolfgang Amadeus Mozart, cuyo primer movimiento fue coronado por una irresistible ovación. Luego, y ya con los integrantes de la Camerata Ducale de nuevo sobre el escenario, siguió el Concierto Nº 11 del compositor salzburgués. La enorme capacidad musical de Lavandera no cambió el hecho de que esta última obra contrastara en demasía con las pirotecnias con las cuales había concluido la primera parte del espectáculo. De manera que los dos bises que siguieron fueron más que bienvenidos: primero una versión furiosa de Libertango, de Astor Piazzolla, y luego los Arabesques sobre el Danubio azul de Johann Strauss, del compositor polaco Adolf Andrey Schulz-Evler.
En resumen, el concierto mostró dos posibilidades distintas de acercarse a la música y al propósito de todo intérprete de seducir, a través de su arte, al público. Como en el amor y en la guerra, no hay en estas lides un único criterio válido, sino que cada quien debe descubrir cuáles son los que mejor se acomodan a su propia idiosincrasia. Germán A. Serain
Fue el 25 de octubre de 2016
Teatro Coliseo
Marcelo T. de Alvear 1125 – Cap.
(011) 4816-3789
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