La casa de Bernarda Alba – Intérpretes: Ana María Arango, Brunilda Zapata, Rosario Jaramillo, Dévora Roa, Isabel Cristina Olano, Abi Bermúdez, Natalia Montes, Mónica Chávez, Magda Niño – Violonchelo: Sandra Parra – Dirección musical: Natalia Bedoya – Vestuario: Gigi – Autor: Federico García Lorca – Dirección: Carlos Aguilar
Y al final de la función no hubo palabras. La emoción de Carlos Aguilar lo sobrepasaba. Atinó a decir “Gracias…”, con la voz entrecortada de un devoto que ha llevado a cabo su ofrenda. Esa ferviente devoción a Lorca fue traducida en un montaje tan pulcro como fascinante de La casa de Bernarda Alba. La última función de la temporada tuvo una inmensa potencia por lo acertado de cada detalle, se generó un ambiente de rito donde cada palabra fue fiel al texto original.
La densidad del luto que Bernarda Alba extiende amargamente sobre sus hijas como una prisión, va desvaneciéndose a lo largo de la obra; y así, el ambiente asfixiante y solemne de la hermética casa va disolviéndose, para dar paso al espeso caldo de intrigas y pasiones que habita la obra. Los ordenados ritmos y rutinas impuestos por la tiranía que ejerce la madre sobre sus cinco hijas, crean imágenes poderosas, gracias a un elenco de mujeres que se distribuyen armoniosa y geométricamente en la escena.
Pero esta geometría es bastante orgánica y sugestiva. Lejos de toda automaticidad, es acentuada por un trabajo escenográfico en el que la luminotecnia crea una atmósfera tenebrista. La desnudez de los muros desvencijados y móviles, me pareció acertada para la poética de esa prisión doméstica que encarcela a estas atormentadas mujeres, especie de libertad mutilada y a medias, peor que cualquier condena.
Subrayo mi admiración por el trabajo de Brunilda Zapata, quien encarnó a una Poncia llena de la suficiente vida y sangre como para hacer frente al despotismo de Bernarda. A su vez era encantador verla dibujar la presencia de lo masculino en la mirada atenta de las chicas, por medio de relatos fluidos y pícaros. Sin duda, pienso que ella tiene el duende -como diría Lorca-, que alienta y da dinámica al montaje. No se puede pasar por alto la presencia de una señora actriz como Ana María Arango, a quien también da gusto siempre ver en las tablas y cuya interpretación de Bernarda fue contundente.
Una voz como la de Lorca merece rituales así de nítidos y llenos de fiebre, donde la pasión es catalizada de modo limpio; frío por fuera, hirviente por dentro; con una sacralidad terrena, pero sin desbordarse inútilmente; sin ilusión, pero con sangre; una fórmula inherente a la creación de Federico: “He pensado mucho, y con frialdad, lo que pienso, y, como buen andaluz, poseo el secreto de la frialdad porque tengo sangre antigua” (Charlas sobre el teatro). Camilo Barajas Hernández
Se dio hasta el 5 de mayo 2018
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