Es uno de los músicos de jazz más importantes del mundo. Keith Jarrett no sólo interpreta piano, sino clavicordio, clavecín y órgano. Ha grabado varios discos de música clásica y sus improvisaciones son mundialmente reconocidas. Jarrett es afamado por su talento, pero también por su “humor especial”, que evidenció en el escenario de un Colón pleno y expectante, como el de las viejas épocas.
Todo indicaba que se viviría una noche memorable, que en parte lo fue y en otra no tanto. Desde su aparición, Keith Jarrett tuvo al público a sus pies. Esto tendría que haberlo conmovido y aflojado pues, generalmente, en estas circunstancias, el éxito está asegurado. Pero no fue así. No se sintió cómodo con el piano, ni con él mismo. Y no se preocupó por disimularlo.
Cuando se entregó a la música, fue maravilloso verlo tocar haciendo uso de todo su cuerpo. Fue entonces donde comenzó a fluir su arte. Impactaron sus sutilezas, sus momentos de intimidad e introspección, aunque quizás las improvisaciones fueron breves para las que nos tiene acostumbrados. Hubo algún atisbo de comunión entre el artista y el público, pero sólo quedó en el intento. No se produjo alquimia alguna, ni magia, ni comunicación.
Respeto y admiro a Keith Jarrett como pianista y creador, pero lo que podría haber sido un hecho artístico trascendente y una verdadera fiesta musical no lo fue. Estuvimos pendientes toda la noche de sus malos humores, de si sacaban fotografías o no, de su acostumbramiento al piano y su malestar general.
Considerando la situación que se vive en los grandes teatros del mundo, el concierto de ayer debió haber sido un privilegio. Sin embargo, la próxima vez, a pesar de ser músico y luchar por la música en vivo, aunque no tenga punto de comparación, escucharé el CD de Keith Jarrett, para no soportar esa incoherencia que puso a todos tensos, corroborando que su enorme talento es proporcional a su falta de carisma. Martín Leopoldo Díaz
Fue el 12 de abril de 2011
Teatro Colón
Libertad 621 – Cap.
(011) 4378-7100
www.teatrocolon.org.ar
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