Juana de Arco fue una joven con una vida breve pero intensa. Injusticias de orden político, acaso una misoginia mezclada con rivalidad entre países, o quizás el destino, hicieron que esta muchacha, que el corazón de los franceses atesora como una de sus heroínas, pereciera en la hoguera a la tierna edad de diecinueve años. Es lógico que su figura despierte todo tipo de sentimientos, y que el arte no sea ajeno a esto.
Juana nació un 6 de enero de 1412 en Domrémy, en el noreste francés; casi un regalo de Reyes. Se dice que a los trece años, recibió en una visión el encargo de luchar contra el enemigo inglés; años más tarde, aún adolescente, logró hacer levantar el asedio a Orleáns; y antes de los veinte años pasó por un juicio que más que juicio pareció una venganza. Su trunca vida quedó en la memoria de los franceses, y fue llevada a distintas manifestaciones artísticas. En el caso de la música, existen numerosas producciones sobre Juana: ópera, drama histórico, opéra-comique, obertura, cantata, sonata, oratorio, suite… una larga lista que comprende compositores harto conocidos, y otros no tanto.
Pero merecen destacarse algunos detalles curiosos: una casualidad, tropiezos varios, y hasta un final triste. Vamos primero con la casualidad. Un 6 de enero, pero de 1838, llegaba al mundo el alemán Max Bruch. Fue un músico precoz, como Juana. A los nueve años componía su primera pieza: una canción de cumpleaños para Wilhelmine, su madre. Luego compuso unas doscientas obras, pero se lo recuerda sobre todo por dos. Una, su Concierto para violín y orquesta No. 1 en sol menor Op. 26, frecuentemente ejecutado por las orquestas en todo el mundo. La otra, el Kol Nidrei Op. 47, una obra para cello y orquesta, basada en una recitación previa al servicio vespertino de Yom Kippur. Bruch, siendo protestante, se dio cuenta de la “sobresaliente belleza de estas melodías (hebreas), y por lo tanto las difundo con placer a través de mi arreglo”. Pero quizás lo que no se sepa tanto es que en sus inicios compuso el preludio de lo que iba a ser una ópera intitulada Jungfrau von Orléans (“doncella de Orleáns”). Pero no pasó de proyecto; muchas de las primeras obras de Bruch se perdieron, y, excepto esta escueta mención, no habría mucha más información sobre este asunto.
Seguimos con los tropiezos. Giuseppe Verdi, de cuyo fallecimiento se cumplirán ciento veinte años a fines de enero, fue un poco más allá y logró poner la historia de Juana de Arco en ópera. Aunque con una modificación históricamente inverosímil, pues en Giovanna d’Arco, nuestra mártir no pasa por el fuego consumidor sino que es mortalmente herida en batalla. El ingrediente de romance que el libretista, Temistocle Solera, agregó a la historia es el supuesto enamoramiento de Carlos VII, el monarca francés, por la casta Juana. Hablando de Solera, Verdi debió tragarse la gaffe de aquél por un supuesto plagio: el libreto habría estado basado en una tragedia de Schiller, Die Jungfrau von Orléans, aunque Solera negó todo. El pobre Verdi también se sacó canas verdes con Bartolomeo Merelli, a la sazón director de La Scala, pues parece que no le proporcionaba al compositor los recursos necesarios para los ensayos: vestuario no adecuado -al igual que la escenografía-, una orquesta pequeña… Para colmo de males, el estreno recibió una crítica muy poco favorable y es, de todas las óperas de Verdi, una de las menos ejecutadas.
Y finalizamos con una nota amarga. Maurice Ravel también tuvo su sufrimiento en ocasión de la niña guerrera, y acaso sea, de los que mencionamos, el más triste. El compositor francés coqueteó con el género operístico, pero fue con más frustración que éxito. L’heure espagnole (1907-1911) es el único proyecto en ese sentido que pudo completar. Trabajó en otros, pero en dos de estos destruyó los borradores (Olympia y La Cloche engloutie). Un tercer embrión de ópera tampoco vio la luz. Sí, adivinó: Jeanne d’Arc. Iba a ser una versión en ópera de la novela de 1925 del francés Joseph Delteil; un trabajo a gran escala para la Opéra de París. Pero la enfermedad neurológica que aquejó a Ravel, posiblemente a consecuencia de un accidente en un taxi, le impidió seguir componiendo. “Nunca terminaré mi Jeanne d’Arc; esta ópera está allí, en mi cabeza; la oigo, pero no la escribiré jamás. Se acabó: ya no puedo escribir mi música”, se lamentaba el compositor, que murió en 1937.
En síntesis, tres compositores en busca de una heroína, todos con resultados dispares y en algunos casos con muchos sinsabores, como el terrible final de Juana de Arco. Viviana Aubele