En esta versión de Macbeth, de Giuseppe Verdi, hay dos puntos que saltan a la vista –o al oído en realidad- por su estupenda labor, y ambos son organismos del Teatro Colón: la Orquesta Estable y el Coro Estable. El estupendo sonido y el lirismo preciso que inspiró Verdi fueron reproducidos magníficamente con la dirección de Stefano Ranzani, plena de preciosos matices y con impecable intensidad. Asimismo, el compositor ofrece muchas ocasiones para que un buen Coro se luzca, y el Estable lo hizo admirablemente, en deleitables contrastes, con rigor y vehemencia. Si estos dos elementos conformaron lo mejor, no se quedaron atrás los cantantes, cumpliendo vocal e histriónicamente con cada personaje.
Pero la ópera no sólo es música y voces, sino también imagen. Fue por lo menos sorprendente, rara y llamativa, aunque ocurrente, la visión de Marcelo Lombardero. Sin discutir las variaciones que sobre el tema puede ofrecer con toda libertad un réggiseur, la puesta en escena fue atractiva y coherente con la idea pergeñada, con la oscuridad de la historia y el tiempo, las eternas disputas y ambiciones de poder, muy bien reflejadas en la iluminación y el vestuario. La escenografía incluyó en su armado muchas proyecciones complementarias, algunas muy bien logradas como la estación de tren, otras decididamente básicas e infantiles como las explosiones del acto final.
Macbeth, personificado por el barítono Douglas Hahn, tuvo una actuación interesante aunque no superlativa y fue parejo y comunicativo en lo vocal. La soprano Eiko Senda, en el rol de Lady Macbeth, fue creciendo en su expresión y en su canto, desde un primer acto oscilante y abúlico en su histrionismo, hasta un final de expresivo carácter. En tanto Banquo, interpretado por el bajo Homero Pérez Miranda cantó emotivamente y con muy buen caudal.
También fue destacable el trabajo de Gustavo López Manzitti como Macduff, con notable integridad y elocuencia en Ah, la paterna mano. El elenco todo –Rocío Giordano, Gastón Oliveira Weckesser, Iván García, Juan Pablo Labourdette, por nombrar unos pocos- estuvo parejo y muy convincente, aunque se notó la falta de marcaciones precisas en lo actoral y cierto estatismo que por momentos acercó la puesta a una versión camarística.
Dos momentos muy logrados y encantadores fueron el baile de las brujas, coreografiado por Ignacio González Cano, y la banda de metales que tocó sobre el escenario en el primer acto. Martin Wullich
Fue el 1 de octubre de 2016
Teatro Colón
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