En total oscuridad, una voz habla en inglés durante unos siete minutos, sin traducción alguna. Quienes no hablan el idioma, o lo entienden poco, habrán perdido gran parte del comienzo que refiere a la novela I promessi sposi, de Alessandro Manzoni, que titula la pieza.
Cuando el telón se abre, aparece el actor y comienza a decir el texto, en italiano. En forma bastante desprolija y a destiempo, un sobretitulado se proyecta con la traducción al español. Es muy difícil seguirlo. Y cuando hay un impasse en el texto hablado, queda proyectada la última frase, interminablemente, molestando con su luz, conspirando contra la estética que se intenta lograr en escena.
Massimiliano Finazzer Flory pone intención en el decir, pero no alcanza. I promessi sposi es un texto para ser leído. Y relatar eso arriba de un escenario, durante casi una hora y media, con cierta monotonía, es mucho. Para cortar, cada tanto, la violinista Elsa Martignoli toca -sin mucha gracia y desafinando bastante- melodías de Mascagni, Verdi y Bellini, entre otros.
Lo mejor, lo más estético, lo más plástico y gozoso está dado por la coreográfica expresión de Gilda Gelati, prima ballerina del Teatro alla Scala de Milán. Pero sus lacónicas intervenciones no llenan un espectáculo cuya puesta en escena no resiste la abulia.
El personaje parecería, en el final, franquearse con el público cuando dice: “si hubiera conseguido aburriros, creed que no lo hemos hecho a propósito”. Menos mal. Martin Wullich
I promessi sposi
se dio el 1 de noviembre de 2011
Teatro San Martín
Av. Corrientes 1530 – Cap.
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