Este tipo de contratiempos eventualmente ocurren. Teníamos muchas ganas de escuchar y ver a la violinista neerlandesa Janine Jansen, junto a la Filarmónica de Luxemburgo, en su debut en el país, interpretando el Concierto en Mi menor Op. 64 de Felix Mendelssohn. Pero un inoportuno diagnóstico de tromboflebitis en su brazo izquierdo la obligó a cancelar las presentaciones de su gira sudamericana.
No hay mal que por bien no venga, reza el dicho popular. Y a modo de consuelo el violinista lituano Julian Rachlin, con su Stradivarius de 1704, estuvo disponible para cubrir el reemplazo de última hora, y no fue necesario cambiar el programa musical anunciado. Detalle curioso, buscando información sobre Rachlin en las redes, uno descubre que fue pareja de Jansen, antes de que la violinista se casara con el cellista y director sueco Daniel Blendulf en 2012.
No desviemos esta reseña con periodismo del corazón. Aunque mucho corazón debió tener Mendelssohn a la hora de componer su concierto, sin duda uno de los más hermosos que se hayan escrito jamás para el instrumento. El trabajo fue también meditado, no obstante: tardó seis años el músico en completar su trabajo, revisado a su hora por su amigo Ferdinand David, violinista de condiciones extraordinarias. La obra se estrenó finalmente en 1845, y fue el último gran trabajo orquestal del compositor, que fallecería tres años más tarde.
El concierto tiene, además de una belleza inefable, la particularidad de presentar un claro sentir romántico sin renegar del color del clasicismo. También hay aspectos avanzados, como el hecho de hilvanar los tres movimientos en un continuo sonoro, o incorporar una construcción cíclica de los temas, que le dan una entidad monolítica al trabajo. La labor solista, plena de inspiración melódica y de exigencias virtuosísticas, fue encarada por Rachlin con destreza y expresividad. Lamentamos la cancelación de Jansen. Pero la salida fue inmejorable.
En el inicio había sonado la Obertura Coriolano de Beethoven. Dirigida por el español Gustavo Gimeno, la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo mostró su solidez desde el principio, aunque se consolidó con el Concierto y más tarde con la fabulosa Sinfonía Nº 9 en Mi menor Op. 95 “Del Nuevo Mundo”, de Antonin Dvórak, donde se reveló en toda su capacidad, potencia y ajuste.
Mucho se ha escrito acerca de esta última sinfonía de Dvorák, que se estrenó el 16 de diciembre de 1893. Compuesta en los Estados Unidos, por encargo de la Filarmónica de Nueva York, el título de la obra, en obvia referencia al continente americano, fue puesto por el propio Dvorák. Lo que no queda claro es el grado de influencia de la música nativa americana. El primer contacto seguro del compositor con dicha música habría tenido lugar con posterioridad a la escritura de su trabajo, aunque sí habría tenido contacto previo con los spirituals afroamericanos. Por lo demás el propio Dvorák sugirió, mientras estuvo en los Estados Unidos, que su obra guardaba relación con las músicas americanas, pero más tarde, ya de regreso en Praga, insistió en que las ideas de su sinfonía se vinculaban con la tradición de su Bohemia natal.
Sea como fuere, la Novena Sinfonía de Dvorák es un monumento a la evolución musical y vino a completar un programa de enorme atractivo, ante el cual nadie pudo quedar indiferente. En los bises, fue muy festejada primero la Danza eslava Nº 2 del mismo compositor, y como broche de oro una versión de Libertango, de Astor Piazzolla. Fue uno de los mejores conciertos en lo que va de la temporada, resultado de una hábil combinación entre la calidad de los intérpretes y la excelente selección de las obras. Germán A. Serain
Fue el 23 de septiembre de 2019
Teatro Colón
Libertad 621 – Cap.
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