Nunca antes habíamos escuchado a Ray Chen y Julio Elizalde. El primero, un joven violinista taiwanés (n. 1989), residente en Canadá, ganador de importantes concursos internacionales y muy elogiado por Maxim Vengerov. Quedamos asombrados por su expresividad y su sonido. Lo acompañó al piano el talentoso Elizalde, oriundo de San Francisco, aunque de evidentes raíces latinas.
El concierto comenzó con un Beethoven temprano: la Sonata Nº 1 Op. 12 Nº 1, publicada sobre el fin del siglo XVIII, en 1799. Es una muestra de un clasicismo exquisito que se resiste a desaparecer, aunque al mismo tiempo ya permite vislumbrar la renovación impulsada por el compositor hacia nuevas dimensiones, que abrirán el camino al lenguaje del romanticismo musical. No solamente es renovadora la búsqueda de nuevas armonías o la participación en pie de igualdad de ambos instrumentos sino, sobre todo, la evidencia de una emotividad fresca, que marcará una nueva época.
Durante el decurso de la obra nos vino a la mente una pregunta: ¿cuál será la verdadera fuente del sonido que escuchamos? ¿En qué porcentaje nacerá del intérprete y en cuál dependerá del instrumento? En cualquier caso debemos señalar que el violín que toca Chen no es un instrumento cualquiera, sino un Stradivarius construido en 1715, que pertenecó al célebre violinista húngaro Joseph Joachim. Un instrumento con historia y con un áura muy particular, entonces. Por otra parte, si bien ya estamos acostumbrados al virtuosismo del que suelen hacer gala los intérpretes orientales, la musicalidad de Chen es verdaderamente admirable. Así como impecable fue su dupla con Elizalde.
Cosa infrecuente en el Teatro Colón, el público aplaudió con ganas apenas terminado el primer movimiento –Allegro con brio– de la sonata beethoveniana. Queremos aquí defender que el público se permita ser llevado por el entusiasmo en estos casos. Es la respuesta espontánea a algo que solicita el ánimo ante el arrobo producido por la música. Mucho más molestan los chistidos quejosos de los pretendidos puristas, que curiosamente en algunos casos son culpables de una irreverencia tanto más grave, que es aplaudir encima del final de las obras, como si se tratase de un concurso por ver quién es el primero en hacerlo, enterrando así sonidos que exigen todavía el marco de un respetuoso silencio.
La primera parte del concierto se completó con otra sonata número uno: la Sonata para violín y piano Nº 1 en Re menor Op. 75 del francés Camille Saint-Saëns. Compuesta 85 años después que la primera sonata beethoveniana, la evolución estilística ya es más que evidente. La obra es sumamente bella y el movimiento final –Allegro molto- puso a prueba no solamente la agilidad de los dos intérpretes, sino también la enorme pasión de ambos.
La segunda parte comenzó con una obra para violín solo: la Sonata Op. 27 Nº 4 en mi menor de Eugene Ysaÿe, uno de los violinistas compositores más notables de las primeras décadas del siglo XX. Dedicada a otro gran intérprete, Fritz Kreisler, esta sonata tiene un alto grado de dificultad técnica, con recursos diversos como la interpretación de líneas melódicas simultáneas, pizzicatos y rasgueos, pero también le permite al músico ir más allá del mero virtuosismo, y esto fue notable en el caso de Chen: cuando toca, lo que impacta en el oyente no es su capacidad técnica, sino su expresión.
Un interesante arreglo de seis de las siete Canciones populares españolas de Manuel de Falla, realizado por Paul Kochanski, seguido por las famosas Czardas de Vittorio Monti, otro gran violinista compositor de principios de siglo XX, sirvieron para completar el programa del concierto. La última pieza, particularmente, le ofreció a los dos músicos un espacio ideal para jugar, literal y magníficamente, en un gran despliegue de virtuosismo.
A la hora de los bises, ya relajados y de un visible buen ánimo, Ray Chen y Julio Elizalde fueron generosos. Primero regalaron una versión del tango Por una cabeza, de Carlos Gardel, que fue recibido con un desbordante y justificado entusiasmo. Tal vez fuese la primera vez que un tango sonaba en el histórico violín que le perteneciera a Joachim. Después siguió Estrellita, la popular pieza del mexicano Manuel Ponce.
Y ya con las luces del teatro encendidas a pleno y una importante cantidad de público retirándose de la sala (otra costumbre que nos parece por demás irrespetuosa), todavía alcanzaron a regalar una última melodía: el bellísimo tema principal de La lista de Schindler, de John Williams. Germán A. Serain
Fue el 18 de septiembre de 2017
Teatro Colón
Libertad 621 – Cap.
(011) 4378-7100
mozarteumargentino.org
Sitio Ray Chen
Sitio Julio Elizalde
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