El mar de noche – Actúa: Luis Machín – Vestuario: Magda Banach – Espacio: Alberto Albelda – Iluminación: David Seldes – Sonido: Patricia Casares – Autor: Santiago Loza – Director: Guillermo Cacace
Como relata la antigua leyenda recogida por Plinio el Viejo en su Historia natural (citada por el investigador Roman Gubern), hubo una doncella en Corinto que trazó sobre una pared la silueta del rostro de su amado, proyectada como sombra, para gozar de la ilusión de su presencia durante su ausencia. Esta es una leyenda fundacional y nos habla acerca del invento del arte de la pintura. Por otra parte, Gubern también relata en Del bisonte a la realidad virtual otra anécdota contada por Plinio, en la que unos pájaros iban a picotear uvas pintadas por el pintor Zeuxis, engañados por la perfección de estas frutas.
La relación que guardan estas anécdotas con El mar de noche no es lineal pero sí hay algo en ellas que remite (en la primera) a la capacidad de evocar, de invocar a la persona amada mediante su imagen. Y en esto la obra de Santiago Loza se destaca porque el protagonista describe con precisión a su amado, su relato es fuertemente visual. Parecería que con esta descripción está consiguiendo que se haga presente, al menos ante la audiencia, si bien esta ilusión no podrá calmar la angustia. Con respecto a la segunda historia de Plinio, podemos pensar que el retrato mediante palabras que realiza el personaje masculino resulta casi más perfecto que la imagen real de su amado, cobra consistencia, adquiere relieve al igual que las uvas pintadas con maestría.
El texto de Loza está inspirado en De Profundis de Oscar Wilde y en Muerte en Venecia de Thomas Mann, dos textos relacionados de alguna manera con la pérdida. La añoranza de estar con el ser amado y la imposibilidad de concretarlo, la voluntad desesperada de esculpir el vacío con las palabras, ese vacío que deja ese que nos abandonó, son las ideas principales que vertebran el relato. Lo metafórico también está presente y se puede pensar al dolor como esa mancha en el cuerpo que no podemos sacarnos: hemos olvidado el único remedio capaz de eliminarla.
Tenemos a dos personajes pero uno no está; solo podremos imaginarlo. La pieza es un monólogo que pretende ser diálogo, ya que el amante se dirige todo el tiempo a la persona ausente, sin recibir respuestas, hundiéndose cada vez más en el recuerdo (“Entonces estamos próximos pero no nos vemos. Yo siento tu presencia, pero, pienso, puede que sea solo una sensación mía”). Hay dos figuras identificadas como “amante” y “amado”. Estos seres anónimos podrían ser cualquiera de nosotros. Se hace referencia a una valija, a un hotel de playa, un espacio de tránsito. Son todos elementos que se relacionan con ese estar de paso en la vida y en el amor, esa fugacidad de los momentos felices.
El personaje interpretado por Luis Machín permanece inmóvil y a medio vestir, en un sillón, ya que no puede mantenerse erguido (“Soy un cuerpo reptante. No tengo humanidad. Me hago cosa”). Ha quedado inmovilizado por el dolor como si este lo hubiera atado de pies y manos. Expresa como puede ese caudal de sentimientos donde parece ahogarse, como si estuviese en ese mar de la playa que describe. Lo imaginamos inmenso, con grandes olas, imposibles de vencer, y al personaje vencido ante lo sublime, abandonado en un mundo sin Dios, sin amor, donde recuperar el pasado, aunque sea mediante la narración, es el único aliciente para seguir viviendo.
La actuación de Machín nos dejará perplejos, asomados ante un acantilado de soledad, de frustración, de impotencia. La dirección de Guillermo Cacace es elogiable: consigue que este unipersonal se sostenga desde todo punto de vista. Detrás de esta interpretación pulida se evidencia un profundo trabajo para conseguir comunicar un sentimiento realmente devastador. Su autor ha dicho: “Guillermo es un director que va quitando capas, saca lo que resulta inútil, potencia lo verdadero, prueba dar con lo esencial”.
El mar de noche se afianza como un trabajo cuidado donde merece subrayarse el esfuerzo conjunto de dramaturgo, director y actor para lograr una pieza sólida, que convoca a la reflexión sobre el amor y la pérdida, y donde los temas esenciales son abordados con exhaustividad. El espectador podrá filtrarse en las grietas del discurso y permanecer atónito ante cada detalle. El corazón es un cazador solitario, diría la escritora Carson McCullers: esta es una obra para todos los corazones solitarios y todos los que alguna vez lo fueron. Milly Vázquez
Se dio hasta fin 2017
Teatro Apacheta
Pasco 623 – Cap.
(011) 4943-7900
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