Si no se conoce el tema que relata la pieza escrita por el californiano Zach Helm, al observar la actitud inicial de la protagonista da la impresión de cierta sobreactuación. Sin embargo, en el transcurso de la historia, son muchos los temas subyacentes que se develan en forma gradual y sorprendente. Es entonces comprensible y admirable el intenso trabajo de Lucía Di Carlo, componiendo a una adicta no sólo a las anfetaminas, sino a lazos afectivos y sociales que van diezmando su carrera a tal punto que deja de ser quien es.
Su marido en la ficción es interpretado por Ulises Pafundi, en una labor histriónica que crece mientras terribles verdades emergen de complicados vericuetos con insospechados intereses. Dueño de una elocuencia gestual superlativa, Pafundi expresa sin hablar. El resto del elenco, concisamente marcado por Merceditas Elordi, es bueno y parejo. Sin embargo, por la cabal definición de sus personajes, son destacables Oscar Giménez, en el papel del editor codicioso, y Ariel Osiris como el cínico traficante.
Aun con algunas escenas que se alargan sin necesidad, el gran atractivo de la pieza es el reflejo de situaciones cotidianas, con sus dificultades, falsedades y encontradas emociones, en donde no siempre es verdad lo que parece. Es, asimismo, una fábula del amor que va más allá de todo, superando vicisitudes con su sola energía. Y por ende, es triunfador.
El planteo de la puesta en escena es interesante y creativo, comenzando por el panel en donde aparecen bosquejos que se dibujan en tiempo real y modifican el lugar o las situaciones –notable la paráfrasis final con El grito de Edvard Munch-, o el gran baúl de madera –todo un símbolo- que deviene en sofá, mesa o camilla, sólo cambiando el color del género y el clima en la iluminación, todo ello mérito de Edgardo Aguilar. ¿Y el buen canario del título? Está, dentro de la jaula, claro. Martin Wullich
Se dio hasta fin 2015
Teatro La Máscara
Piedras 736 – Cap.
(011) 4307-0566
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