En El amor es un francotirador, la última obra de la trilogía que completan Striptease y Sueño con revólver, se nota un gran despliegue de iluminación, escenografía, cámaras, proyecciones, y la banda que tocaba en la primera propuesta se integra categóricamente. Si bien está presente la conexión entre las tres obras, cada una de ellas puede ser vista por separado y genera per se una historia individual. Las referencias a determinados temas o historias paralelas serán datos para quien sólo ve una obra, en tanto serán referencias para quien acepta la trilogía.
Aparece la ruleta rusa, con sus instrucciones y sus códigos, que son comentados y aceptados por todos desde el principio. Pero cada participante tiene derecho a pedir un último deseo antes de morir, y el mismo debe ser concedido por el resto.
La heterogeneidad de los personajes no mancilla en absoluto la homogeneidad de las notables actuaciones, el estupendo trabajo de equipo, y el brillo individual con notable histrionismo. En el multimedial escenario ocurren muchas escenas al mismo tiempo y hay que estar muy atento para no perderse nada. Lola Arias sorprende a cada instante a partir principalmente de la fortaleza del texto aunado a la llamativa puesta en escena. El trabajo de dirección es brillante.
Desde la stripper ex maestra que no quiere volver a hablar castellano pues el idioma le recuerda un mal episodio, hasta el tatuado boxeador que siempre se ha enamorado de dos personas a la vez, los caracteres están muy bien delineados. La idea del texto, que incorpora además a la belleza que ha sufrido por ser bella -y por lo tanto vive cubierta con una bolsa de papel-, o el tímido y enamoradizo muchacho que nunca ha besado a nadie en la boca, nos propone un humor cáustico que genera carcajadas sorprendentes, para sumirnos luego en una profunda reflexión o en la angustiante certeza de ser. Martin Wullich
Se dio en Espacio Callejón hasta fin de mayo de 2008
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