No importa cuántas veces uno haya visto o escuchado Don Giovanni de Mozart: es una de esas óperas que se disfrutan de manera incansable y siempre son bien recibidas por el público. Estrenada en Praga en 1787, musicalmente perfecta y llena de momentos memorables, el tema de la insatisfacción encarnada en Don Juan está profundamente enraizado en nuestra cultura. Por lo demás la obra atrapa con su delicado equilibrio entre el humor y la tragedia.
Sin embargo, la nueva puesta ofrecida por el Teatro Colón fue por lo menos dudosa, sobre todo en la primera parte. Los hechos que se supone deben suceder en las calles y al amparo de la oscuridad de la noche, tienen lugar a plena luz y en el marco de una suerte de enorme y fastuoso salón. Allí donde Don Juan no debería ser reconocido, él se muestra prácticamente a cara descubierta, apenas tapado por un antifaz mínimo. El escenario se enmarca (nunca mejor utilizado el término) como una especie de cuadro, vistoso pero sin un fin conceptual claro. En la segunda parte, hay momentos mejores, con un muy buen trabajo de iluminación en la escena del cementerio y en la poderosa escena final, pero el convidado de piedra brilla por su ausencia y es necesario que el espectador imagine la ciclópea estatua del Commendatore.
En cuanto a lo musical, Martin Wullich tuvo ocasión de asistir a la primera de las funciones y quedó encantado con la seguridad y la voz potente del bajo Erwin Schrott, quien junto con la histriónica María Bayo -cuya emisión calificó de estupenda- fue sin duda el gran atractivo de la propuesta. También destacó la deleitable y preciosa voz de Jaquelina Livieri en el rol de Zerlina.
En nuestro caso, asistimos a la segunda función, con un reparto alternativo que no tuvo mayores sorpresas, aunque se destacaron Homero Pérez Miranda en el rol protagónico, la Doña Ana de Daniela Tabernig y el Leporello de Lucas Debevec Mayer, quien notablemente cantó este rol alternadamente con el del Comendador en el primer reparto. Aquí ese rol estuvo muy bien cubierto por Gustavo Feulien. En cuanto a la Orquesta Estable del Teatro Colón, sonó muy precisa bajo la batuta del francés Marc Piollet.
Fue sin dudas un espectáculo correcto, a la altura de lo que puede exigirse del Teatro Colón, pero de ninguna manera se trató de una producción particularmente memorable. Germán A. Serain
Se dio hasta 10 abril 2016
Teatro Colón
Libertad 651 – Cap.
(011) 4378-7100
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