DOCE CUENTOS PEREGRINOS, y una partida

Adiós a Gabriel García Márquez

En el prólogo de Doce cuentos peregrinos, editado por primera vez en 1992, Gabriel García Márquez describe magistralmente la trayectoria de las ideas que a lo largo de dieciocho años se convirtieron en los doce cuentos publicados. Las peripecias que van desde la ocurrencia hasta su realización son un reguero de pistas para los amantes del oficio de escribir. Nada más atractivo que pispear en la cocina de un creador. Justamente el germen que dio a luz estos cuentos fue un sueño (que tuvo él mientras vivía en Barcelona) en el que asistía a su propio entierro…

Rodeado de sus amigos de toda la vida, en clima de fiesta aunque con atavíos de luto, el ágape transcurría animadamente hasta que, una vez terminada la ceremonia, y al tiempo que comenzaba la retirada general, uno de sus amigos le sentenció de modo indeclinable que él (Gabo) era el único que no podía irse. El hecho de celebrar la amistad con quienes hacía tiempo no se veía, o con sus conocidos de América latina, en el preciso instante de la muerte, le produjo una toma de conciencia. Ahí comenzó a pensar en una serie de relatos de sucesos extraños. Luego de tomar notas durante años en un cuadernito de la escuela de sus hijos, alcanzó a sentar los pormenores de sesenta y cuatro temas, en sus palabras, “basados en hechos periodísticos pero redimidos de su condición mortal por las astucias de la poesía”.

Pasado el tiempo, se perdieron las notas y hubo de reinventarlas, a la vez que desechó naturalmente varios temas. Entre un libro y otro, Gabriel García Márquez caía en fases de infertilidad, motivo por el que se impuso la tarea de ser columnista semanal en diarios de varios países “como disciplina para mantener el brazo caliente”.  Allí cruzó el género de las ideas, ya no le parecían buenas para cuentos sino para notas de prensa. Y luego, las vio más como ideas para cine o series de televisión. Durante la realización de cinco películas y una serie de televisión tuvo que aceptar la intervención de los directores, quienes mecharon sus propios ingredientes, los que tuvo que sacar más tarde cuando volvieron a ser cuentos. Otro tanto de las notas que formaban parte del proyecto fueron a parar al cesto de los papeles, incluido el primigenio de su propio funeral, por no alcanzar a describir como se merecía el aire de parranda que había experimentado en el sueño.

Por último, cuando ya estaban listos los doce finalistas, tuvo la necesidad de hacer un viaje rápido a Europa –donde transcurrían casi todos los cuentos- para chequear que no estuvieran desactualizados. Los veinte años transcurridos exigieron una corrección en la perspectiva del tiempo. Entonces cuando hubo disipado las dudas, la escritura fluyó –en sus palabras- “por el puro placer de narrar, que es quizás el estado humano que más se parece a la levitación”. Todas estas explicaciones son necesarias como preámbulo del plato terminado porque, según Gabo, los niños que quieren ser escritores cuando sean grandes deberán saber desde ahora “qué insaciable y abrasivo es el vicio de escribir”.

Ahora, querido Gabo, la farra ha terminado de verdad. Lectores en todo el mundo abrazan con gratitud la obra que dejaste con coraje entre nosotros, celebran que hayas existido en la Tierra, y ojalá que esta despedida sea para ti la parranda más dichosa, que acompañe tu merecido regreso a casa. Silvia Bonetti

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