DÁNAE, una mujer sulfurada

Un hecho de vandalismo y la trabajosa restauración de un Rembrandt

Tan laborioso crearlas, llevarlas a cabo, y tan fácil arruinarlas. Pero aún más fatigoso, penoso y desafiante es restaurarlas; a eso hay que agregarle el agobio de saber que el producto no será igual al original. Solo unos instantes le llevó a Bronius Maigys ingresar al Museo del Hermitage, en San Petersburgo, y perpetrar su “atacazo” sobre el imponente lienzo de 185 cm x 203 cm en el que Rembrandt plasmó a mediados del siglo xvii su Dánae. Esto ocurrió un 15 de junio de 1985. Recién en octubre de 1997 la obra pudo volver a ser exhibida, esta vez detrás de un vidrio blindado.

Rembrandt pintó este magnífico óleo hacia 1636, inspirado en el mito de Dánae, una princesa cuyo padre encerró en una recámara porque le habían profetizado que moriría a manos de un nieto suyo. Pero Zeus vio la belleza de la joven y logró impregnarla, hecho representado por el oro que cae en forma de lluvia sobre la dama. Esta es la versión oficial que se ha difundido.

No obstante, en 1961, el escritor francés Pierre Descargues escribía: “¿Se trata de Dánae acechando la lluvia de oro, de Sara aguardando a Tobías, o de Lea esperando a su cuñado Jacob? Los eruditos lo están todavía discutiendo”. Más adelante explica: “Verdad es que el protestantismo, aunque pidió a los artistas que se inspiraran en la Biblia, no les indicó especialmente escenas tan voluptuosas (…) No nos sorprende, pues, que este cuadro provocara el escándalo” (Tesoros de la pintura en el Ermitage, Ediciones Daimon, p. 134). De hecho, los desnudos eran poco habituales en la escuela holandesa de esos tiempos.

Pero el escándalo mayúsculo fue el 15 de junio de 1985, cuando Maigys, nacido en Lituania, hundió dos veces un elemento cortante en el lienzo. Tras cartón, le arrojó ácido sulfúrico. El resultado: dos espantosos tajos atravesaban el lienzo, el ácido corroyó las capas superiores de pinturas de la parte central de la obra, y alrededor de un treinta por ciento de la obra quedó malograda. Se dijo primero que Maigys tuvo motivaciones políticas y hasta misóginas. Pero lo cierto es que el vándalo pasó luego ocho años en un neuropsiquíatrico. Como sea, había que salvar el Dánae. Una hazaña imposible dada la ferocidad del ataque y las circunstancias: el director del museo no estaba en la ciudad, ni tampoco estaban disponibles los integrantes del equipo de restauración, ya que era fin de semana.

¿Qué hacer? El ácido seguiría su curso de destrucción si no se tomaban medidas urgentes. Se decidió echar pequeñas cantidades de agua sobre las partes dañadas. Y como no hay mal que por bien no venga, toda esta desgracia permitió develar una perlita: debajo descubrieron una versión anterior del Dánae. Para llevar a cabo la obra, Rembrandt se había inspirado en su esposa Saskia. Pero después de la muerte de esta, ocurrida en 1642, Rembrandt retocó el cuadro y cambió el rostro de la imagen de la princesa por la de Geertje Dircx, su amante.

Además de los trabajosos esfuerzos para dejar al Dánae lo más parecido posible a lo que era, en los doce años que duró su restauración hubo también un tire y afloje con el Comité Central del Partido Comunista: mientras este último aconsejaba pintar por encima del cuadro para volver a exhibirlo lo antes posible, las autoridades del museo decidieron que no. Entonces los restauradores rellenaron y retocaron las partes dañadas.

El problema mayor fue qué hacer en las partes que se habían perdido irremisiblemente. Yevgeny Gerasimov, el restaurador a cargo, explicó para el New York Times que los miembros de su equipo debieron  trabajar pulgada por pulgada “usando su criterio y experiencia para hacer algo que no era copiar sino más bien insinuar”. Agrega que dejaron la pintura original tal cual era y realizaron “un mosaico con las áreas más dañadas, en parte retocando y en parte haciendo a nuevo”. La buena fortuna quiso que en un museo del interior del país hubiera disponible una réplica del Dánae, la cual fue ofrecida al Hermitage y gustosamente aceptada por este.

¿Vino nuevo en odres viejos? Es el gran dilema del qué hacer en estos casos. Uno de los interrogantes que daban vueltas por la mente de Gerasimov fue hasta dónde llegar con la restauración. Pensaba, con fundamento, que volver a pintarla hubiese derivado en un falso Rembrandt. “Tuvimos que aprender en qué momento parar,” afirmó. Hizo falta el buen criterio de los restauradores para saber hasta dónde llegar; después de todo, según Gerasimov, “la misma obra dictamina cómo debe ser. Se debe mirar, pensar y sentir; y ella nos dirá qué hacer”.

Por último, dos cuestiones. Una, por supuesto, el resultado final de todo este calvario. Aunque una rápida mirada a imágenes de la obra antes del ataque y a imágenes tomadas después de la restauración advierte evidentes disimilitudes entre ambas versiones, Mikhail Piotrovsky, director del Museo del Hermitage, es capaz de ver el vaso medio lleno: “Dánae ha logrado mantener su espíritu. Después de ser desfigurada sigue, sin embargo, con vida e irradiando su misteriosa luz”.

La otra es la posible reacción de los visitantes del museo. Uno de ellos, Hubert von Sonnenburg, otrora director de la Alte Pinakothek de Múnich, cree que es importante mantener una distancia entre la obra restaurada y el público. “Si se permite a las personas acercarse a una obra que ya fue dañada, se concentrarán en el daño”, afirma von Sonnenburg. “Es lo que más recordarán. Pero a una distancia de 3.5 a 4.5 metros, se concentrarán en lo que realmente importa: el efecto poético general de una obra maestra que sobrevivió un terrible calvario. Si bien esa pintura no será lo que alguna vez fue, o como la recordamos, el espíritu del artista aun estará ahí. Y eso es lo que importa”. Viviana Aubele

Dánae en Museo Hermitage
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