La cuarentena obligatoria nos ha forzado a adoptar cambios de hábitos. Y los extranjerismos aprovechan la volada. Para los amantes de la actividad física, el aislamiento social obligatorio ha afectado sus rutinas de entrenamiento diario. Pero a partir de que el gobierno otorgó permisos para determinadas actividades, los medios adoptaron con mucha soltura (y abusan de) un término para referirse a las decenas y decenas de personas que salieron a correr en masa por Palermo, Parque Centenario y espacios verdes similares: runners. En honor a la verdad, este término no es nuevo: ya en 2014 se había creado la página de Facebook Runner’s Argentina (no queda claro si el apóstrofo y la “s” obedecen a una mala comprensión de la gramática inglesa, o si fue ex profeso). Y los integrantes de la cofradía de corredores amateurs (perdón: aficionados) lo utilizan regularmente para referirse a sí y a sus coequippers (ups… compañeros).
El diccionario de la Real Academia Española define “préstamo” -en su cuarta acepción- como “elemento, generalmente léxico, que una lengua toma de otra”. Este recurso lingüístico puede darse cuando la lengua receptora y su cultura -no olvidemos que una lengua refleja la cultura de sus hablantes- no cuentan en su inventario con un término que guarde una equivalencia exacta con su contraparte en la otra lengua. Por ejemplo: “whisky” figura entre las entradas del diccionario de la RAE junto con su no tan estética adaptación al español, “güisqui”. Se trata de una bebida de antiquísima data, pero que hacia el siglo xv ya existía en tierras celtas. Y así como esa bebida, que etimológicamente viene del gaélico y significa “agua de vida”, fue adoptada en tierras americanas, así también su nombre.
Pero también existirían otros motivos, no tan técnicos -y más bien prosaicos- por los que se prefieren ciertas formas lingüísticas foráneas. Una historieta que viene circulando últimamente por las redes es impiadosa con tales términos, o con aquellos que en su habla cotidiana utilizan anglicismos varios sin ninguna necesidad. Runner es uno de ellos; un préstamo innecesario, pues en nuestra lengua existe “corredor”.
Otro anglicismo es showroom. Ya la expresión contiene un préstamo innecesario que vaya uno a saber por qué razón quedó plasmado en nuestra mentalidad: show es simplemente “espectáculo” o “muestra”, según el contexto. También es un verbo: mostrar, exhibir. Una marca de ropa puede, tranquilamente, organizar un salón de muestras para dar a conocer y comercializar sus últimos diseños. Algo hay que reconocerle a la lengua de Shakespeare: es mucho más corto y más práctico decir o escribir “show” (cuatro letras) que “muestra” (siete letras) o “espectáculo” (la friolera de once letras).
Pero ¿qué hacemos con baby shower (en la tira cómica escrito como “beibi shabuer”)? El buscador urgente de dudas de Fundeu recomienda alternativas más castizas: fiesta de nacimiento o fiesta del bebé. El problema es que este tipo de eventos -importado desde países anglosajones- se celebra semanas antes del nacimiento del bebé; por lo que, estrictamente hablando, el homenajeado no sería el neonato sino sus padres que, tras cartón, se salvan de gastar enormes sumas en implementos para lactantes y pueden cuidar así su economía familiar. Tampoco sería una fiesta del bebé, porque el bebé estaría presente sólo en el vientre materno, y por esta razón no podría disfrutar de los regalos ni de los refrigerios ahí ofrecidos. A esto hay que sumarle otra cuestión que tiene que ver con la lengua de origen: en inglés, shower no solo significa “ducha”, sino que es un verbo, y significa “colmar a alguien de algo”, “bañar a alguien con algo”. Es decir, un baby shower (la última palabra es la forma sustantivada del verbo) tiene como finalidad colmar de regalos al bebé por venir, o en todo caso a sus felices padres. Un verbo en español que se acerca al significado de shower sería “prodigar”. Pero, de nuevo: la lengua inglesa hace gala de una economía que en nuestra lengua parece faltar. ¿Qué deberíamos decir, entonces: “baño para el bebé”? ¿”Lluvia de regalos para el neonato”? Habrá que esperar a que a alguien más iluminado se le ocurra una traducción coherente y que los hispanohablantes argentinos no rechacen y prefieran al vocablo inglés, que lamentablemente viene padeciendo de deformaciones morfo-fonéticas, tal como se muestra en la ilustración.
El tema da para largo, pero en honor a la brevedad, dejamos por aquí una serie de interrogantes para un sano brainstorming (ay, perdón… “lluvia de ideas”): ¿en qué momento una palabra deja de ser foránea y pasa a formar parte de la lengua receptora? No olvidemos que nuestras lenguas romances provienen de una lengua común y que, forzosamente, nuestros vocablos no son originalmente españoles; también tengamos presente que el inglés tiene muchos términos adoptados y adaptados del latín o del francés.
Por otro lado: ¿tiene sentido incorporar al habla el término en la otra lengua, cuando ya existe una versión en la nuestra? ¿A qué obedecería esto: a una actitud lingüística negativa hacia la propia lengua, a una cuestión de frivolidad, a una falsa afectación, o a qué? Por último: ¿hay palabras idiotas, como plantea la tira cómica? ¿O simplemente les asignamos tal o cual categoría en función de quienes las utilizan? Viviana Aubele
Comentarios