Cuando nosotros los muertos despertamos – Actúan: Claudia Cantero, Andrea Jaet, José Mehrez, Verónica Pelaccini, Horacio Peña, Alejandro Vizzotti – Escenografía y vestuario: Jorge Ferrari – Iluminación: Gonzalo Córdova – Diseño sonoro: Bárbara Togander – Dramaturgia: Henrik Ibsen – Adaptación: Lautaro Vilo y Rubén Szuchmacher – Dirección: Rubén Szuchmacher
La relación entre la obra de arte y el alma de su creador resulta inefable. En el caso de un escultor, el alma que entra en juego es obviamente la del artista, pero quizá también la de su modelo. Y de seguro también la de quien más tarde contemple el mármol trabajado, según comprenda o no el verdadero sentido de la obra. En cuanto a la piedra… ¿habrá logrado el artista traspasar su propia alma, o la de su modelo, a la materia inerte que ha sido esculpida?
Editada a fines de 1899 y estrenada al año siguiente, Cuando nosotros los muertos despertamos fue catalogada por Henrik Ibsen, su autor, como un epílogo dramático en tres actos. Y fue justamente la última obra que alcanzó a escribir el dramaturgo noruego. Dirigida por Rubén Szuchmacher, esta puesta marca su debut en el Teatro Nacional Cervantes, así como la apertura de la temporada 2022 de la sala.
Es curioso que Ibsen compare el trabajo del escultor con la faena de un cazador: uno lucha contra la resistencia de la piedra, el otro contra los músculos, la piel, los tendones. Sin embargo, mientras uno quita vida, el otro procura convertir un bloque rígido, sin forma ni esencia, en algo que emule algo viviente. Quizás esa conversión suponga matar otras cosas. Y acaso el dramaturgo sea como un escultor, que en lugar de la piedra trabaja con historias y palabras.
La historia nos presenta un doble triángulo amoroso. En el inicio conocemos al matrimonio integrado por el famoso escultor Arnold Rubek (Horacio Peña) y su joven esposa Maia (Verónica Pelaccini), hospedados en un hotel en el están tomando vacaciones. Por un lado, Rubek se encuentra con Irene (Claudia Cantero), la modelo que lo inspiró para componer su obra más famosa, que nunca ha logrado superar. De inmediato busca acercarse a ella, como un modo de intentar revivir una pasión que acaso creía muerta. Por el otro, Maia se siente atraída por un bestial cazador de osos (José Mehrez), quien despierta en ella un deseo primitivo y salvaje.
Con una narrativa y un planteo escénico esencialmente despojados, Ibsen se ocupa de hacer despertar, en cada uno de estos personajes, algo que se encontraba acaso dormido, y no es casual que toda la obra se desarrolle detrás de un telón de tul que vela levemente la escena, como si de un sueño se tratara. Tal vez sean muertos que sueñan que todavía están vivos, o que se resisten a aceptar su realidad. Hay cierta ambigüedad a lo largo de toda la obra, que es esencial a esta dramaturgia.
Las actuaciones, todas ellas excelentes, en el marco de un dispositivo escénico tan sobrio como efectivo, permiten que el texto surja con toda su potencia literaria, sin caer en la tentación de recurrir a una acción teatral que la obra no reclama. La esencia de Cuando nosotros los muertos despertamos es una quietud onírica que nos permite reflexionar acerca del sentido del arte, pero también emparentar esa cuestión con una incluso más elusiva, como el sentido general de la vida. Germán A. Serain
Miércoles a domingos a las 20
(última función 03/abr/2022)
Teatro Nacional Cervantes
Libertad 916, CABA
teatrocervantes.gob.ar
Henrik Ibsen en Wikipedia
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