No es inusual que un cantante de ópera en algún momento de su carrera intente mostrar alguna otra faceta artística relacionada con la música, ya sea dirigiendo, tocando un instrumento o en la dirección escénica. Lo que resulta llamativo es que un artista especialmente reconocido por su actividad lírica al mismo tiempo se presente ante el público destacando una habilidad artística de una naturaleza por completo diferente, en este caso la literatura. Sin embargo, esto es lo que ha decidido hacer el famoso tenor mexicano Rolando Villazón con Amadeus en bicicleta.
Nacido en 1972 en la ciudad capital y radicado posteriormente en Francia, es uno de los tenores líricos más notables de su generación, responsable artístico de la Semana Mozart de Salzburgo, celebrado por sus grabaciones y sus actuaciones en las salas de ópera más importantes del mundo, en los últimos años Rolando Villazón ha demostrado tener además como vocación la ficción literaria. Su primera novela, titulada Malabares, editada en 2013, cuenta la historia de un payaso que trabaja animando fiestas infantiles. Pero acorde a la tradición del payaso triste, detrás de sus bromas sufre a causa de la mujer que lo ha dejado. Como catarsis escribe en una vieja libreta la historia de un alter ego que triunfa en los grandes escenarios, hasta que la realidad y la ficción se terminan confundiendo.
Ahora, su nueva novela transita por senderos más cercanos a su propia identidad: Amadeus en bicicleta tiene como protagonista a un cantante de ópera. La novela se desarrolla en Salzburgo, en el inicio del célebre festival, un ambiente que Rolando Villazón conoce a la perfección, por haber actuado allí varias veces y por ser -desde 2019- el director artístico de la Mozartwoche.
«Mi padre acostumbraba asistir cada dos años al renombrado Festival de música de la ciudad natal de Mozart alternando los veranos con otro afamado Festival estivo, el de Bayreuth. Inició esta tradición desde soltero, en cuanto tuvo la solvencia económica que le permitió otorgarse estas costosas excursiones de México a Europa. […] Decidió que la edad justa para incluir a sus hijos en la tradición fuera a los doce años. Yo nací un par de meses después de que mi hermano mayor asistiera a su segundo verano lírico y mi hermana se alistaba para ir a su primero. Fui un embarazo tardío y no planeado. «Un accidente», decía mi padre revolviendo mis cabellos con un tono tierno y condescendiente que yo detestaba. Ese comentario me hacía sentir como un hueso roto o un rostro tuerto o un vaso de vino derramado sobre la mesa. Y mientras la familia se marchaba a los festivales de música, el «accidente» pasaba los veranos en el monótono paisaje de la granja de los tíos, entre gallinas correlonas y lentas vacas rumiantes, soñando con ir a Salzburgo. Imagino que un CD con música de Mozart que mi madre me hacía escuchar a la hora de los deberes era el causante de mi predilección por la ciudad mozartiana sobre la ciudad wagneriana. Quería que mi primer viaje lírico fuera a Salzburgo. Pero cuando tuve cierta conciencia aritmética y supe hacer uso de mis pequeños dedos para contar los años que me faltaban hasta cumplir la docena y el orden de las visitas a los festivales, supe, quizá por primera vez en mi vida, que lo que uno desea pocas veces coincide con lo que ha de ser».
Quien habla es un joven mexicano llamado Vian Maurer (alter ego de Villazón), protagonista de la historia. Su sueño es llegar a convertirse en una estrella de la lírica, pero de momento se encuentra en Salzburgo para cubrir apenas un rol de figurante en Don Giovanni. Tendrá la posibilidad de recorrer la ciudad y descubrir sus encantos. El contexto servirá asimismo para que describa las envidias y las traiciones que forman parte del mundo de la ópera. Además de los conflictos familiares que hay en la trama, es muy interesante el acercamiento a este lado B del espectáculo, al cual el público por lo general no accede, pero que el autor de esta ficción habrá visto de cerca en más de una ocasión.
Galaxia Gutenberg, la editorial responsable del lanzamiento, señala que, además de ser un homenaje a Mozart y a su ciudad natal, Amadeus en bicicleta es la novela de un fracaso, pero también una llamada a perseguir los propios sueños.
A diferencia del personaje de su novela, Rolando Villazón contó alguna vez la historia de cómo fue descubierto como tenor. Un día, apenas después de haber terminado de darse una ducha, alguien llamó a la puerta de su departamento. Un amigo de su vecino, el barítono Arturo Nieto, lo había escuchado cantar durante su baño, le dijo que tenía una voz increíble, y lo invitó a tomar clases en su academia de música. Fue allí donde Villazón se enamoró de la ópera.
Después de tomar clases de canto con Joan Sutherland y de recibir el segundo premio en el concurso Operalia de manos de Plácido Domingo en 1999, triunfó en los escenarios europeos como Des Grieux en Manon de Massenet, como Rodolfo en La Bohème de Puccini y como Alfredo en la Traviata de Verdi, un rol que lo consagró de manera definitiva en 2005, precisamente en Salzburgo, junto con Anna Netrebko y Thomas Hampson. Cuatro años más tarde su carrera pareció llegar a su fin, cuando debieron extirparle un quiste de las cuerdas vocales.
Este fue probablemente uno de los factores que dispararon su vocación literaria. La posibilidad de no poder volver a cantar, que los médicos llegaron a presentarle como algo concreto, tiene que haber funcionado como un disparador en la imaginación de nuevos rumbos. No es casual que el protagonista de esta novela asegure, en algún pasaje, que «quien consigue éxito, fama y poder se hace esclavo de su celebridad para el resto de su vida». Villazón aclara que eso lo dice su personaje, pero que el autor del libro sabe que en el éxito hay un gran peligro, porque quien lo ha conseguido tiende a querer perpetuarlo atándose a las fórmulas que le han funcionado. Aquí estamos, por el contrario, frente a un artista decidido a buscar otros rumbos.
Por cierto, a pesar de sus deseos, el joven Vian Maurer no tuvo su primer contacto con la ópera en vivo a través de Mozart, sino de la mano de Wagner. Su experiencia combina el tedio imaginable con el asombro de un descubrimiento. Ya ha sido dicho: lo que uno desea pocas veces coincide con lo que ha de ser. Pero de todo se puede sacar algo bueno. Y si no, que lo diga el propio protagonista de Amadeus en bicicleta:
«Ya no me importó quedarme dormido durante el tercer acto, casi lo esperaba. Pero esta vez no sólo cayeron mis párpados, mi cabeza y mi quijada vencidos, a la vergüenza del sueño agregué la de los ronquidos. Lo que me despertó entonces no fueron ni los suaves empellones de mi madre ni los aplausos entusiasmados del público agradecido, sino el codo que mi padre clavó con un golpe certero en mi brazo dejándolo amoratado y adolorido por varios días. El resto de la obra lo pasé cabeceando, vencido y humillado, hasta que la gloriosa Waltraud Meier comenzó a cantar el Liebestod. Seguí cada frase del monólogo con emoción creciente, y era el más despierto de todos los asistentes. Su voz se metía en los poros de mi cuerpo con cada frase, con cada consonante unida por el cristal impecable de las vocales. Mi brazo parecía estallar de dolor, pero era más potente la explosión de mi alma y nada me importaba, sólo la voz de la Meier, Isolda transfigurada, y la metódica dirección de Barenboim hilvanando cada compás con paciencia, creando en una nube acústica algo más que notas musicales combinadas, aquello era la sonora eternidad de una emoción pura en movimiento. Me volví fuente. No paraba mi llanto, no intentaba siquiera pararlo, al contrario, esas lágrimas eran la primera expresión de una dicha que hasta entonces no había conocido».
Amadeus en bicicleta
Rolando Villazón
Galaxia Gutenberg
320 páginas
Disponible en Latinoamérica en mayo 2021
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Sitio Web de Rolando Villazón
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